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El mercado pletórico de bienes y servicios, el capitalismo desarrollado, atomiza a los individuos hasta hacerles abandonar su identidad. Los tradicionales roles familiares, de género, de clase, religiosos o nacionales pierden su razón de ser gracias al mercado pletórico. La igualdad que el valor-precio de las mercancías experimentan en el mercado produce dos efectos: 1.- que los individuos giren alrededor del son que le marcan las mercancías y sus comportamientos varíen según las mercancías que sean capaces de adquirir (no es lo mismo un indígena con televisor que sin ella); y 2.- las sociedades se fragmentan cada vez más produciéndose una progresiva atomización de los individuos, dando lugar a una masa de consumidores satisfechos gracias al mercado pletórico. Es entonces cuando las identidades pierden su razón de ser. Y si bien es cierto que el mercado siempre fomentará la mercancía más demandada -lo que no quiere decir que exista real soberanía del consumidor-, también es cierto que el capitalismo, hoy por hoy, es insuperable ya que es capaz de convertir cualquier actividad humana en mercancía, lo que da cuenta de su extraordinario poder de adaptación y su gran capacidad de metamorfosis.
La identidad nacional está en entredicho gracias al capitalismo. Cuando un separatista vasco, catalán, gallego, andaluz, canario, asturiano, leonés, aragonés, castellano (sic) o del Bierzo (doble sic) enarbola una bandera fraccionarista con una estrella roja -intentándole dar así una especie de prestigio izquierdista totálmente anacrónico- lo único que hace es sentirse satisfecho como consumidor del mercado pletórico. Ya existe una mercancía, esa bandera, que le proporciona placer, y cualquiera que atente, mediante razonamientos o mediante la acción, contra esa bandera-mercancía, será visto como enemigo y merecerá toda la ira de su ataque, no por ideales -que también- sino porque está invadiendo su propiedad, una propiedad subjetual y subjetiva que le da su razón de ser como consumidor.
El mercado pletórico atenta frontalmente contra las naciones canónicas, las naciones jurídicas nacidas de las grandes revoluciones que derrocaron el Antiguo Régimen y dieron lugar a la sociedad burguesa. Las Naciones Políticas nacidas de las revoluciones Francesa, Americana, Española, Italiana, Argentina, Uruguaya, Venezolana, &c., se apoyaron en los Estados absolutistas anteriores para construir plataformas desde las que actuar en el mundo. Las Naciones Políticas sustituyeron la servidumbre del absolutismo por la Nación de Ciudadanos Iguales Ante La Ley. El gran fallo de estas Naciones Políticas ha sido proporcionar una igualdad abstracta, ya que por contra se acentuaba cada vez más la desigualdad económica entre burgueses y proletarios.
Con la caída de la Unión Soviética y de la Izquierda Comunista, las Naciones Políticas se encuentran en una encrucijada terrible. Sobre todo las menos poderosas, ya que la Dialéctica de Clases y la Dialéctica de Estados permite que las naciones más poderosas puedan engullir o destruir a las más débiles, y que las clases dominantes de las naciones más fuertes dominen sobre las clases débiles dominantes de naciones débiles. El caso de España es uno de los más claros al respecto. Cuando la Izquierda Liberal, a imitación de la Izquierda Jacobina en Francia, dio nacimiento a la Nación Española, los siervos de la gleba feudal todavía existente gritaron “Abajo la Nación, Vivan Las Cadenas“. El liberalismo expropió las tierras de los señores que hasta hace nada les daban protección social y un empleo -de siervo- de por vida. De ahí surgió el carlismo, ideología reaccionaria de extrema derecha que clamaba, eso sí, por la unión de “las Españas” pero bajo las formas feudales anteriores a la Revolución Liberal decimonónica. Con el desarrollo del capitalismo, ese carlismo mutó hacia formas cada vez más eclécticas, desde el racismo cristiano del Partido Nacionalista Vasco hasta el fraccionarismo marxista-leninista de ETA, cuyas intenciones son claras: convertir Vasconia más Navarra y el País Vasco Francés en una Albania ibérica con un fuerte contenido racista y clerical. Pero la postmodernidad en que estamos envueltos permite que cualquiera, por indocto que sea, pueda fabricar su propia mercancía -naciones fraccionarias, o mejor dicho, la idea de una nación fraccionaria con su propio merchandising- y venderla, satisfaciendo a un buen número de consumidores. El capitalismo permite esta clase de consumidores satisfechos, ya que los capitalistas de los Estados más poderosos saben que podrán dominar mejor el mundo mientras las Naciones Políticas más débiles estén hiper descentralizadas e incluso destruídas para la mejor circulación de capitales y mercancías. Y así, más consumidores habrá satisfechos.
España se encuentra en una terrible encrucijada. Está amenazada, pero no en peligro, al menos a corto plazo. No sabemos que ocurrirá en el futuro, pero es siniestro que la supuesta derecha, el Partido Popular, un partido “atrápalotodo” en el que caben desde ultraconservadores hasta liberales o demócrata-cristianos, sea el defensor de la Nación Política de Ciudadanos Iguales Ante la Ley, de la Solidaridad entre regiones sin privilegios de ninguna clase y de la unidad de España, y que la supuesta izquierda, el Partido Socialista Obrero Español, un partido de tradición socialdemócrata pero que abandonó el marxismo hace ya más de 30 años y sus filas se vieron engrosas por un mejunje de ex-comunistas y ex-falangistas, defienda la descentralización del Estado, la unión con los fraccionaristas separatistas, los derechos de los pueblos y la Unión Europea, ese nido de tiburones cuyas intestinas luchas de poder siguen sin dar forma y poder real, ya que se encuentra en realidad manejada desde sus inicios por el Imperio Estadounidense. Es decir, el mercado pletórico de bienes y servicios hace que consumidores satisfechos de la partitocracia española acumulen en su ideario mensajes tradicionales de la derecha hacia las izquierdas y desde las izquierdas hacia la derecha. El PP, por tanto, es tan de izquierdas o más que el PSOE, y el PSOE es tan de derecha o más que el PP. Pero no nos llamemos a engaño. Si por consumidores satisfechos se tratase, el PP sería capaz de sumarse a ese confederalismo reaccionario en que está metido el PSOE sólo con la intención de tener el poder de la Comunidad Autónoma correspondiente o del Estado, y el PSOE, si se ve a punto de sumirse en el abismo, recuperar la idea de Nación Española, enarbolar la rojigualda y volverse centralista. La dialéctica del mercado pletórico es así.
España está en una encrucijada por culpa del capitalismo, sistema económico que atomiza a los individuos con el propósito sólo de satisfacer sus más (in)confesables deseos. Y si entre esos deseos está el de cargarse una Nación Política, un sistema político democrático y una historia común de más de 500 años, al mercado le trae sin cuidado. Sólo busca la seducción por la perversión. Los españoles, y por extensión los iberoamericanos, tendremos que elegir el camino a seguir: o darle la vuelta a esto y construir el socialismo hispánico, o la barbarie, la desunión y el sometimiento al Imperio Anglosajón, al eje Franco-Alemán y al continuo ataque de la derecha reaccionaria islámica. En nosotros está la capacidad de darle la vuelta del revés a esta ignominiosa situación en que nos ha metido la clase política. Ha llegado el momento de entrar en acción.