La ola de democratismo (primarias, primarias abiertas, primarias militantes, primates, etc.) que acosa a los partidos por el efecto Pod...
La ola de democratismo (primarias, primarias abiertas, primarias militantes, primates, etc.) que acosa a los partidos por el efecto Podemos no demuestra sino debilidad organizativa y teórica de estos. La gente preferirá el original a las copias, por muy vacas sagradas que sean, a no ser que lo hagan de perlas. Pero es curioso cómo el asamblearismo democratista de Podemos ha penetrado hasta incluso en el PP y Vox. Santiago Abascal, verdadero líder de Vox, se fue del PP entre otras cosas porque no había "democracia interna". No es por ser aguafiestas, pero me gustaría señalar cómo el democratismo o fundamentalismo democrático se ha convertido en la ideología dominante de nuestro tiempo en España.
Marx decía que "la ideología dominante es la ideología de la clase dominante". El democratismo es la ideología de la clase dominante española, de la gran burguesía y las oligarquías financieras que dominan las ramas de las relaciones de producción, también las mediáticas. En Podemos, Izquierda Unida y otros partidos (también en los grandes perdedores, por ausencia, el tercerposicionismo) lo saben, pero los que utilizan el discurso democratista por puro funcionalismo (sustituyendo la palabra "burguesía" por "casta", o "proletariado" por "gente decente" o "pueblo", o "socialismo" por "Derechos Humanos") corren el riesgo de convertirse en unos Johnny Weismuller de la acción política, aquel actor que interpretó en Hollywood a Tarzán y acabó volviéndose loco creyéndose el personaje. Y es evidente que la "casta" tenga "miedo", porque los que se presentan como su alternativa manejan su mismo lenguaje, pero radicalizado y utilizado, en principio, "en su contra", hasta que toque el turno de la política de verdad y no haya más remedio que pactar, en principio con Izquierda Unida (si estos y ellos así lo deciden) y luego con el PSOE en aspectos fundamentales. No debería nadie sorprenderse. Las afinidades ideológicas entre el populismo y la socialdemocracia son mucho más fuertes de lo que parece, y más en una nación como España, proclamada en su misma Constitución como "Estado social y democrático de derecho", ergo socialdemócrata. El escoger un discurso democratista, incluso radicalizado, responde a una táctica viable para abrirse hueco político porque quien se presentase hoy día como antidemócrata o "no demócrata" quedaría ipso facto desprestigiado. Tras la Segunda Guerra Mundial, y más tras la caída del Imperio Soviético, y salvo en las monarquías absolutas islámicas y en el Vaticano (casi 2000 años avalan su gestión no democrática), es prácticamente imposible no tener un discurso no ya democrático, sino democratista, con el que abrirse hueco en política, aún cuando las formaciones más democratistas señalen posibles enemigos (Carl Schmitt) dentro del sistema político donde pretenden medrar, como puedan ser el "bipartidismo", la "casta" o la "oligarquía", términos confusos sino se especifica más su significado.
Cuando las formaciones pequeñas políticas critican el "bipartidismo" lo hacen para orientar el voto hacia ellas. Táctica. Cuando tienen cierto poder electoral tratan de hablar y coaligarse. Estrategia. Pero todo puede quedarse en humo si se centra la cosa ahí. Pues el "bipartidismo", realmente, es una apariencia, o peor, un mito oscuro y confuso que encubre el verdadero problema, y lo diré de manera (muy) polémica: la democracia. Si la táctica y la estrategia están encaminadas por el ortograma de un discurso "democratista" (ese de "los problemas de la democracia se resuelven con 'más democracia'", cosa en que coinciden todos los partidos), este acabará homologado, si no lo está ya, con eso que critican. Y al final, aunque suene para algunos extraño, en democracia "casta somos todos", porque todos elegimos a los administradores de lo político. Y esto es a nivel de dialéctica de clases y de Estados.
En consecuencia: preguntémonos qué tienen en común todos los partidos políticos que convergen en el mercado electoral a nivel discursivo, y veremos que eso en común es, realmente, el mayor obstáculo de cambio. Eso en común es, de lo que se dice, "la democracia", "Europa" y la idea de "regeneración política". De lo que no se dice es la vacuidad y lo efímero de todo discurso político actual.
En consecuencia: preguntémonos qué tienen en común todos los partidos políticos que convergen en el mercado electoral a nivel discursivo, y veremos que eso en común es, realmente, el mayor obstáculo de cambio. Eso en común es, de lo que se dice, "la democracia", "Europa" y la idea de "regeneración política". De lo que no se dice es la vacuidad y lo efímero de todo discurso político actual.
¿Y si Podemos consigue un efecto rebote inesperado como pueda ser la reactivación del sistema político que dice combatir? Pienso por ejemplo en el PSOE, su intento de reubicación política e ideológica de estos días. Un partido con casi 140 años de existencia, que ha sobrevivido cual ave Fénix a multitud de situaciones adversas, no puede despreciarse tan a la ligera. Y aunque muchos hablan de su posible desaparición (cosa que aceleraría la descomposición de España política e históricamente hablando, porque España es el PSOE), yo no sería tan categórico a la hora de afirmarlo. La copia y mejora de nuevos modelos de comunicación política, de discurso, de metodología de trabajo y de acción política (gestados en Somosaguas, no se olvide) pueden permitir a este gran partido una nueva oportunidad y salir airoso de un trance histórico que recuerda en buena medida a las convulsiones políticas de los últimos días del franquismo. Pactos políticos futuros y paredes infranqueables (ley D'Hont) podrían hacer que muchos "agradezcan los servicios prestados" a Podemos, un partido que llegará hasta donde le dejen y puedan, tanto dentro como fuera de España. Y el PSOE, el gran perjudicado por el trasvase de votos (por las similitudes entre populismo y socialdemocracia, también evidente en Ecuador y Venezuela o Bolivia), podría ser a medio plazo el gran beneficiado de la situación, renovándose más que nadie hasta el punto de recuperar su hegemonía perdida, impulsado desde su querida Andalucía hasta incluso recuperar Cataluña como regiones-pivote de su dominio político y electoral, cosa a la que Podemos, y menos aún Izquierda Unida, no pueden aspirar.
A corto plazo el PP seguirá siendo el partido gobernante. No tiene más que seguir haciendo lo que está haciendo. El gurú Pedro Arriola lo explicaba con claridad el otro día en Madrid: su estrategia de "perfil bajo" (nombre que no le gusta) se basa en la evidencia de que la mayoría social de España es de "centro-izquierda", o mejor dicho, socialdemócrata, y lo único viable para ganar elecciones por mayoría absoluta desde un campo ideológico liberal-conservador ante esa mayoría social es evitar que esta se movilice social y políticamente hablando y esperar a que los partidos que puedan recoger los votos de esa mayoría social socialdemócrata (PSOE, Izquierda Unida, Podemos, Equo, partidos que además ya están pensando en coaliciones entre sí, cosa que rechazarían muchos votantes cabreados) cometan errores que desmovilicen el apoyo de esa mayoría social. Una mayoría social que es tan exigente como voluble, en tanto que si su equipo gana todo irá bien, pero si pierde no le votará en absoluto.