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En la primera entrada sobre la institución de la personalidad humana intentamos esbozar un "imperativo categórico" materialista ético, moral y político basado en la, a nuestro juicio, única institución antropológica humana que es, a la vez, individual y propia de cada sujeto operatorio y universal a todos los sujetos operatorios presente en todas las sociedades políticas y humanas, con una fundamentación y base inequívocamente antropológico-cultural y con una base, también, biológico-natural. Dimos la siguiente fórmula imperativa:
Debo obrar de tal manera que mis acciones a corto, medio y largo plazo sirvan para conservar, mejorar y proporcionar bienestar ético, moral y político a toda personalidad humana que se precie evitando y combatiendo contra cualquier tipo de mal intrínseco sobre ellas, incluso cuando esa personalidad humana se anule a sí misma con sus acciones contra otras personalidades humanas, siendo en ocasiones necesario, para el bienestar de esa persona anulada y del grupo al que ha perjudicado, neutralizar sus operaciones con vistas, si es posible, a su reinserción social (su contrición y propósito de enmienda) y, si no, a su confinamiento de por vida e incluso a su eliminación.
Dijimos que la personalidad humana se empieza a fraguar incluso antes del nacimiento del individuo biológico humano, por ejemplo durante los preparativos del nacimiento escogiendo un nombre y acomodando una habitación y un hogar para sus cuidados, incluso realizando el Estado los preparativos adecuados (viá sanitaria y legal) para la recepción de la nueva vida a la sociedad política, y dijimos que incluso después de la muerte física del individuo corpóreo, la personalidad humana seguía presente en forma de tumba, de obituario y de legado antropológico-institucional con un recorrido proporcional a la importancia vital del finado.
En este análisis realizamos una abstracción entre individuo corpóreo-biológico y personalidad humana antropológico-institucional sin que nos diésemos cuenta. Una abstracción necesaria para realizar un análisis desde la antropología filosófica (y no meramente desde la biología) de la idea de Hombre y sus implicaciones éticas, morales y políticas. Pero consideramos que cometimos un error imperdonable, normal cuando se tratan estas cuestiones por primera vez, consistente en, más que nada, considerar la personalidad humana como un recipiente donde el individuo corpóreo humano se amoldase cual líquido o cual sustancia viscosa, influido por su propio quehacer vital, su libertad, y la libertad de otros líquidos en sus vasijas respectivas. El error, a nuestro juicio, es pretender proponer un comportamiento ético y moral en una separación análoga a la del recipiente o vasija y el líquido (pareja a la distinción base / superestructura y el ejemplo de los cimientos del edificio -el líquido, lo biológico-psicológico- y el resto de elementos del edificio -lo psicológico-antropológico-cultural-; es evidente que si muere el individuo biológico muere la personalidad, pero también se anula al individuo biológico si su personalidad no se cuida, "muere" también y muere también -la gente que muere por tristeza-). Pues si bien puede abstraerse analíticamente la idea de individuo humano corpóreo biológico de la persona antropológico-institucional, separación paralela a la separación de los campos de la Biología y la Antropología, la Sociología, la Política o la Filosofía, sin embargo el fundamento corpóreo biológico y su evolución vital es el componente más fuerte de la personalidad humana, pues es lo más común realmente a todas las sociedades humanas y políticas antes incluso de la existencia de la institución de la personalidad. Y la personalidad humana como institución no puede entenderse sin ese componente biológico-corpóreo, pues la personalidad humana no es solo una institución antropológico-cultural, sino también algo psicológico, algo biológico. Y en conjunción un tema ontológico filosófico esencial.
Aún cuando las ideas del bien y del mal hayan requerido, para su argumentación ontológica, milenios de evolución antropológico-histórica, hay una base biológico-psicológica innegable en ese desarrollo desde los primeros hominidos pre-éticos y pre-morales sin la cual no puede entenderse la ética y la moral actuales, de la misma manera en que no puede entenderse el desarrollo industrial moderno sin la manufactura previa desde el hacha de sílex o, incluso, las primeras herramientas (los palos o ramas caídas de los árboles) que utilizaron nuestros antepasados homínidos para recoger la fruta de los árboles). Y es que, con todos los factores evolutivos culturales innegables, lo cierto es que desde las primeras sociedades humanas, con bases en una evolución biológico-antropológica anterior, y con rasgos que pueden rastrearse en actuales grupos humanos todavía estudiados por antropólogos (reservas indígenas), todos los sujetos humanos saben qué está bien y qué está mal, y saben qué no se debe hacer jamás, y qué se debe hacer para mejorar uno y mejorar la comunidad. Se sabe que determinadas áreas del cerebro, particularmente el lóbulo frontal, se activan de manera intensa cuando realizamos actos bondadosos, cuando realizamos el bien, pero también que esos actos de bondad y de maldad son codificados y lo han sido durante milenios a través de códigos éticos, morales y jurídico-políticos que sancionaban el mal y premiaban el bien. Para evitar el cerebrocentrismo en este análisis, habría que decir que incluso una persona no psicópata, una persona sin taras en ese lóbulo frontal bien oxígenado de sangre, si no ha sido educado, holizado, en la consecución de obras buenas, al llegar a una determinada edad (pongamos los 26 años en los varones, los 23 en las mujeres), será muy difícil que aprehenda comportamientos éticos y morales que permitan su inserción en la sociedad de iguales (ciudadanos o súbditos) en que ha nacido.
De ahí que existan ciertas, llamadas por Gustavo Bueno, "heterías soteriológicas" que, sin negar su conservadurismo social y un cierto rasgo individualista en su quehacer, como pueda ser el psicoanálisis freudiano, posibiliten no ya la "reinserción" social del malo, sino algo más complejo como es la recuperación social, psicológica y ético-moral de personas que sufren por conflictos, reales o imaginarios, que les hacen sufrir, personas buenas incluso con problemas para llevar una "vida normal", es decir, una vida de pleno desarrollo de sus personalidades. Pues el desarrollo pleno de la personalidad humana requiere un innegable entrenamiento vital antropológico-cultural y político, pero también una base, una "materia prima", psicológico-biológica que ha estado siempre presente y, sin la cual, no podrían entenderse las confluencias culturales que, universalmente, han permitido codificar las conductas humanas con el fin de ayudar a cada uno y a todos los sujetos de cada comunidad humana.
Este se trata de uno de los temas más interesantes de la filosofía, el del bien y del mal, más interesante incluso el del bien. Gustavo Bueno escribió ya sobre el mal en la famosa entrada del Diccionario Filosófico de Pelayo García Sierra "La influencia causal y la estructura ontológica del mal" (http://www.armesilla.org/2013/07/el-bien-y-el-mal-desde-el-materialismo.html). Consideramos ahora dos cosas: 1) falta por tratar desde una perspectiva materialista "la estructura ontológica del bien y el determinismo causal en dicha estructura ontológica"; y 2) que incluso admitiendo que el mal intrínseco conlleva no solo la destrucción y/o el daño del sujeto sobre el que se ejerce el mal, sino también el daño y/o destrucción del sujeto que ejerce el mal (algo que puede ser visto en un libro tan en apariencia alejado de estas cuestiones como es "El libro de los Sith" -http://www.planetadelibros.com/el-libro-de-los-sith-libro-68629.html-), sin embargo es una explicación sobre el mal insuficiente para dar cuenta del mismo, de sus causas y efectos al tiempo que, en absoluto, da cuenta de las causas y efectos del bien, en esa conjunción conceptual biológico-psicológica / antropológico-política. Pues si todas las sociedades humanas desde los primeros homínidos tienen una noción básica, luego complejizada pero con esta innegable base esencial y fundamental en la que se conjuga lo antropológico con lo biológico -su gran fuerza y pilar-, de lo que es malo y de lo que es bueno, una explicación sobre las trayectorias es pobre (sin negar su interés) para explicar estas cuestiones.
Como decía la tonadillera Rocío Jurado, en una frase aparentemente vulgar pero muy profunda, "lo que es es, y lo que no es no es". Y esto lo saben todas las sociedades humanas y todos los individuos humanos sin necesidad de haberse leído ni la entrada censurada de Bueno en el Diccionario de Pelayo ni mi entrada sobre la personalidad humana. Queda mucho por escribir sobre el asunto, pero de nada serviría escribir sobre él sin tener en cuenta esta base y sus implicaciones "académicas". Pues lo mundano, sin privilegiarlo sobre lo académico, es previo a éste y ejerce una influencia tal que es el conjunto de todos los saberes de primer grado sin los cuales no habría filosofía, y tampoco otras ramas del saber. Y esa mundanidad, sea un ciudadano de una democracia homologada de mercado pletórico capitalista, sea un masai keniata, sea un hombre del Renacimiento, sea un homínido previo al asentamiento espacio-temporal que conllevó la domesticación ganadera y la agricultura, posee una base desarrollada en que lo que es es -el bien- y lo que no es no es -el mal-. Y por ahí hay que tirar.