Hoy convergen en Madrid seis marchas (columnas las llaman) donde se concentrarán, posiblemente, varias decenas de miles de ciudadanos...
Hoy convergen en Madrid seis marchas (columnas las llaman) donde se concentrarán, posiblemente, varias decenas de miles de ciudadanos para protestar contra las medidas político-económicas del Gobierno del PP de Mariano Rajoy y, particularmente, contra el pago de la deuda externa española (pago pactado con el PSOE y que provocó la reforma del artículo 135 de la Constitución vigente), contraída durante muchos años y que han situado en una posición de extrema debilidad internacional a España. Debilidad económica, debilidad política y debilidad geopolítica, en la que se concentran las dos anteriores.
Esta debilidad geopolítica, azuzada por la crisis ucraniana que ha posibilitado la reunificación de Crimea con Rusia, afecta a España en tanto entre las reivindicaciones de los marchantes por la dignidad está, además del no reconocimiento legítimo del Gobierno actual, el pedir el "derecho a decidir" de "los pueblos" de España. O sea, el separatismo, azuzado por Estados Unidos y la Unión Europea con su reconocimiento a Kósovo como Estado y que provocará que Rusia y aliados afines (quizás China, y más desde el despropósito de encausar al ex-presidente del país, Yang Zieming, por parte de España por sus "crímenes en el Tibet") estén en posición de fuerza para debilitar a los aliados angloeuropeos más débiles como España, reconociendo un hipotético Estado catalán. En este caso, las marchas reproducen, como era de esperar, los tics ideológicos antinacionales unitarios que vienen desde la Transición, no viendo más allá del necesario sentido de Estado que todos los poderes ascendentes populares de oposición han de tener si quieren llegar al poder descendente y hacer algo desde él. Y ahí está el quid de la cuestión de estas marchas.
Lo de menos, realmente, es el Manifiesto de los marchantes, y lo de menos es que reproduzcan, a escala mayor los errores democratistas del 15M, aún cuando siempre se trate de "aunar fuerzas" de cara no a una toma del poder revolucionaria que no va a ocurrir, sino para poder votar a alternativas al Gobierno actual. ¿Cuáles son esas alternativas? Desde la "derecha", pocas. A Vox, el nuevo partido de ex-militantes del PP que acusan al PP de haberse vuelto de "izquierdas", no le van a votar muchos de los marchantes. Tampoco a partidos liberales y socialdemócratas como Ciudadanos y UPyD, que tienen otro "target" electoral distinto, aún pudiendo puntualmente confluir. Desde la "izquierda", las ofertas se multiplican. Desde los recién llegados que todavía no han demostrado su fuerza electoral pero sí su presencia polémica en los medios, está Podemos, el cual como fuerza emergente ya empieza a mostrar sus contradicciones internas, como ha sido el Manifiesto publicado en el periódico Diagonal pidiendo que el profesor de la misma facultad de Pablo Iglesias Turrión y Juán Carlos Monedero y colaborador con ellos en numerosos eventos, Jorge Vestrynge, no sea miembro del partido en ciernes por sus posiciones respecto a la inmigración, que los firmantes de este manifiesto anti-verstryngista califican de "racistas" y cercanas al Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia. Otras fuerzas más asentadas como Izquierda Unida, con una mayor solidez institucional, sin embargo no verán muy superadas sus expectativas electorales actuales pues estas subirán bastante independientemente de si las marchas se realizaran o no. En cuanto a la socialdemocracia realmente existente, y pilar fundamental del régimen de la Transición, el PSOE, inteligentemente, juega a dos bandas. Por un lado coquetea con las marchas a través de la militancia de los sindicatos UGT y Comisiones Obreras y con el posicionamiento radical en lo discursivo pero moderado en el día a día de las Juventudes Socialistas junto con algunos militantes del partido más próximos a los excesos populistas de la época del zapaterismo. Por otro, su líder, Alfredo Pérez Rubalcaba, no descarta coaliciones gubernamentales con el PP. No debemos olvidar que si un partido ha durado 150 años de existencia y ha tenido el poder del Estado en sus manos en varias ocasiones en el siglo XX y XXI desde entonces, será por algo: su extraordinaria capacidad de adaptabilidad a la realidad social española sin cambiar, en lo sustancial, la distribución institucional del poder en España.
Está claro que muchas reivindicaciones sociales de los marchantes pueden ser compartidas y defendidas por muchos compatriotas. Y está claro que lo que da legitimidad a un poder político, sea descendente o ascendente, es precisamente la fuerza. Solo la fuerza da legitimidad, y solo esa fuerza legítima puede realizar planes y programas políticos de alcance nacional e incluso internacional, como bien sabe Putin, el cual, repito, no tendría miramientos en debilitar a la OTAN reconociendo a Cataluña como Estado, también a Escocia, si así debilita a los Estados más débiles de la pirámide geopolítica internacional que choca contra sus planes y programas imperialistas euroasiáticos. Las marchas por la dignidad acabarán su recorrido en Madrid haciendo una manifestación desde la Plaza de Atocha a la Plaza de Colón. Algunos de los marchantes se quedarán varios días a reestablecer alizanzas y contactos con fuerzas políticas afines con sede en la capital de España y ello permitirá preparar próximas maniobras. Es algo normal y obvio. Pero salvo el gran problema autonómico (País Vasco y Cataluña principalmente, extensible a otras regiones), es a mi juicio problemático considerar a estas marchas como un peligro para el poder del PP. Primero porque es muy probable que el PP vuelva a ganar las elecciones. Segundo, porque el PSOE se aprovechará todo lo que pueda y más de todas esas fuerzas que están "a su izquierda" para radicalizar el discurso sin dejar de moderar sus medidas concretas, como siempre ha hecho desde incluso la dictadura franquista, y puede hacerlo porque un partido que tras sufrir una derrota electoral como la de 2011 que no baja de los cien diputados en cortes y tiene sendos medios de comunicación a su disposición (desde los más proclives al pacto de Gobierno con el PP como PRISA, a los más populistas como MEDIAPRO) está más vivo que nunca. Y también porque es muy difícil, tras doscientos años desde la Constitución de Cádiz, que en España se invierta una tendencia revolucionaria que ha sido siempre en sentido descendente, aún cuando los poderes ascendentes la hayan asumido y reivindicado. Y es que, en España, las revoluciones políticas siempre se han hecho desde arriba.