Artículo publicado en Izquierda Hispánica el 3 de diciembre de 2012: http://izquierdahispanica.org/2012/cumbre-iberoamericana-2012/
Artículo publicado en Izquierda Hispánica el 3 de diciembre de 2012:
España, nación geográficamente europea, pide a sus hermanos latinoamericanos que realizen inversiones económicas de calado en uno de los países más afectados por la crisis económica.
En la última Cumbre Iberoamericana, celebrada en octubre de 2012 en Cádiz, España, esta nación y Portugal han pedido a sus hermanos iberoamericanos que, de la misma manera en que deben dejar que sus empresas sigan invirtiendo y generando dividentos en suelo latinoamericano (uno de los territorios más ricos en recursos naturales del Mundo), que las empresas latinoamericanas más potentes inviertan en suelo español y portugués. Detrás, claro está, de esta petición, no están únicamente la necesidad de las naciones ibéricas de buscar vías de escape a una situación difícil. El Eurolat, la “asamblea permanente latinoamericana y europea”, la institución que el eje franco-alemán dispone para que sus excedentes de producción amplíen mercados vista las dificultades para seguir exportando sus mercancías al resto de Europa por la crisis, necesita de los históricos lazos iberoamericanos para que la UE pueda seguir siendo recurrente.
Se ha tratado, por tanto, de recuperar un alicaído iberoamericanismo, pero asido atentantemente por un europeísmo al que no renuncian las elites políticas españolas y portuguesas, ante un latinoamericanismo que se resiste a esas presiones, aunque también les pueda convenir. Europa es una oportunidad económica para Latinoamérica, incluso en competencia con Portugal y España. Pero, a su vez, Latinoamérica es un sumidero de mercancías para Alemania, la dominadora, una vez más, de los europeos. Así lo mostró la visita del ministro alemán Guido Westerwelle a Brasil, buscando mercados donde vender lavadoras Miele o coches Wolkswagen. Mercados distribuidos en una veintena de naciones, con más de 500 millones de habitantes.
No obstante, la tónica de esta Cumbre fue más amistosa que otras anteriores. Y a pesar de los caminos, en principio, contrapuestos que tienen el latinoamericanismo y el europeísmo (convergentes en el Eurolat, aunque no sea más que por razones meramente mercantiles), el iberoamericanismo encontró, gracias a Dios, expresiones sociales en esta cumbre, cuando los presidentes Dilma Roussef, de Brasil, o Rafaél Correa, de Ecuador, criticaron duramente los recortes sociales, la primera, y la política de desahucios el segundo, que en España se estaban realizando. Si tiene futuro el discurso, la ideología iberoamericanista, a nuestro juicio, esta tendrá que tender puentes no solo diplomáticos y mercantiles, sino también sociales y de compromiso firme frente al desamparo de muchas personas en monentos duros como los actuales.
El marco de la última Cumbre Iberoamericana, institución organizada a instancias de España en la época de Gobierno de José María Aznar, no podía ser más simbólico: Cádiz, la ciudad donde se redactó la primera Constitución española en 1812, conocida vulgarmente como “La Pepa”. Una Constitución que definía a la España de entonces como la “unión de españoles de ambos hemisferios”. Pues tan españoles eran, para los liberales revolucionarios que se revelaron contra la invasión napoleónica de la Península Ibérica, los ibéricos como los americanos. Decir España era decir, hoy Hispanoamérica, o Hispanidad. Tras 200 años, la idea de Hispanidad, en el lado ibérico, ha sido barrida por el europeísmo. En el lado americano, por la “Patria Grande”, por Latinoamérica.
Una Constitución que acabó con los privilegios monárquicos y hacía residir la soberanía en la nación, una nación intercontinental, que se fragmentó en varias naciones políticas que, hoy día, tienen en común el idioma español, determinadas tradiciones y costumbres e inequívocos lazos históricos, pero con grietas que evidencian desencuentros que no pueden negarse si pretenden resolverse. Grietas que, en esta edición de las Cumbres Iberoamericanas, se tratan de empezar a resolver. Y no ya porque convenga a ambas partes (España y Portugal por un lado, la América hispana por el otro). Incluso por mero interés geoeconómico, egoísmo de la necesidad por parte de España y Portugal, Latinoamérica e Iberia están condenadas a entenderse y navegar juntas en un mar llena de barcos de todo pelaje.
La crisis económica originada en 2007 tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos del Norte de América (América no son solo “ellos”) ha afectado, sobre todo, a “ellos”, a los estadounidenses y a los europeos. Y más en particular a aquellos europeos que más cerca están, por lazos culturales pero también económicos, a Latinoamérica: España y Portugal. Pero también Italia, Grecia e Irlanda. Los PIIGS (o PIGS, si se excluye, por su “Anglosajonidad”, a Irlanda), “cerdos” en inglés, es el calificativo despectivo que la prensa anglosajona y germánica ha dado a las naciones europeas del Sur, no protestantes y no “ilustradas” (como Francia), consideradas atrasadas y casi parasitarias de la riqueza del pujante centro y norte europeos.
No obstante, se dice que del cerdo se aprovecha todo, y en este caso el cerdo ibérico quiere que se aprovechen de él los que considera que tienen mejor posicionamiento para hacerlo. Más allá de ser un Foro de Discusión, la Cumbre Iberoamericana sirve de excusa para negociar operaciones de diplomacia, futuros tratados económicos o de ventajas jurídico-empresariales, que suele ser lo que no se ve de la ceremonia-tertulia que se ofrece. Entre bambalinas se juega el futuro de las cumbres, más allá de anecdóticos, aunque sintomáticos, “por qué no te callas”. Aunque el narcotráfico, la pobreza, peticiones de paz entre palestinos e israelíes, la salida al mar de Bolivia, o de fín del bloqueo económico a Cuba, fueron la tónica general, más ausencias ya habituales (Chávez, Raúl Castro, Cristina Fernández, Daniel Ortega), parece que el tono esta vez era algo distinto.
En América ya se conocen, desde hace décadas, los resultados de las políticas neoliberales que ahora afectan a las naciones ibéricas. Si existe preocupación pública porque ellas se apliquen a los pueblos de las naciones cuyo curso histórico fue decisivo para la forja de un nuevo y gran continente, ello muestra que no todo está perdido. Hay futuro para Iberoamérica. Y estas cumbres (la próxima será en Panamá el año 2013) solo han de ser la puntita del iceberg de la reunificación iberoamericana desde una perspectiva de justicia social.