Nuevo artículo en Izquierda Hispánica, sobre las figuras jóvenes de moda en televisión: el anarco-liberal Fernando Díaz Villanueva y el...
Nuevo artículo en Izquierda Hispánica, sobre las figuras jóvenes de moda en televisión: el anarco-liberal Fernando Díaz Villanueva y el izquierdista indefinido fundamentalista Pablo Iglesias Turrión:
http://izquierdahispanica.org/2013/villanueva-turrion/
En el submundo de las cadenas televisivas por TDT, cada vez más numerosas (previa regulación política) y con cada vez más televidentes (es lo que tiene el mercado pletórico audiovisual, extensible a Internet y diversos canales de Youtube, Dailymotion o diversas televisoras que emiten su programación online, en streaming, como Tele K), surgen nuevas figuras catódicas dignas de estudio y seguimiento, aunque sea sociológico. Figuras que, aún no siendo personalidades políticas con poder, ni, en apariencia, miembros destacados de las dos alas ideológicas del Régimen político vigente en España (el de la Constitución de 1978, la socialdemocracia y el liberalismo conservador católico), sí podría decirse que son sus versiones más “extremas”, y las que, en un medio plazo futuro, podrían convertirse en opciones masivas sobre todo entre los jóvenes españoles de hoy. Estas vertientes radicales de las dos alas ideológicas del régimen son el anarco-liberalismo, entre cuyos nombres más representativos estaría Fernando Díaz Villanueva, y el izquierdismo indefinido fundamentalista, entre cuyos nombres más representativos estaría Pablo Iglesias Turrión.
El anarco-liberalismo, o anarco-capitalismo, con vertientes diversas, es la rama anti-estatista del liberalismo. Muy influidos por la Escuela Austriaca de Economía (Menger, Böhm-Bawerk, Wieser, Mises, Schumpeter, Hayek, David Friedman, Hoppe), defienden la supresión del Estado, de la sociedad política, en favor del “mercado” o “mercados”, pues tienden a defender que la eficiencia económica es superior en la empresa privada e inferior en las instituciones públicas. Se trata de gente incapaz de ver que sin Estado no hay mercado que valga, y que la Economía es Economía Política, ergo Economía Nacional. Todas, absolutamente todas, las ideas políticas del anarco-liberalismo pivotan alrededor del hayekiano individualismo metodológico, siendo el individuo, en abstracto, analizado aisladamente del contexto sociohistórico en que nace, la unidad primera y última de análisis, y el centro de todo su discurso. Un individuo que será más libre cuanto más poder adquisitivo tenga, y más empresario de sí sea. Esto es, el emprendedor, sea un tendero, un banquero, un prestamista, un especulador, un proxeneta o un traficante de drogas, será siempre un adalid de la libertad, una persona que asume riesgos (incluso legales) pero que abre vedas por las que el pueblo podrá transitar hacia la utopía oligárquica anarco-liberal. En una versión más moderada estaría el minarquismo, muy influido por la Escuela Economíca de Chicago (Milton Friedman), que defendería un Estado mínimo, gendarme, solo encargado de determinar lo legal e ilegal de toda acción económica, pivotando la política económica en torno a una política monetaria de estabilidad económica entre la oferta monetaria y la demanda por liquidez, garantizada por ese Estado gendarme. Este minarquismo está detrás de las medidas económicas de instituciones transnacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, además de ser inspiradora del Consenso de Washington, que tanto daño hizo en las décadas de 1970 y 1980 a diversas naciones hermanas iberoamericanas, tanto en lo económico (privatizaciones masivas, liberalización del mercado laboral internacional en beneficio del imperialismo estadounidense) como en lo político (el Consenso de Washington costó, en su aplicación, la vida de numerosos trabajadores argentinos, uruguayos, paraguayos o chilenos durante diversas dictaduras militares de infausto recuerdo).
Fernando Díaz Villanueva, historiador y periodista, uno de los fundadores del ultraliberal Instituto Juan de Mariana, y habitual colaborador de Libertad Digital (medio infestado por anarco-liberales, haciendo que Federico Jiménez Losantos, a su lado, parezca un comunista) es partidario de estas corrientes y las defiende a capa y espada como las mejores para la comunidad. Para Villanueva, el individuo está por encima del Estado, y en todo caso, son los Estados pequeños, hipercapitalistas (paraísos fiscales como Singapur, Mónaco, Andorra o las Bahamas) el tipo de sociedad política menos mala.
Por su parte, el izquierdismo indefinido fundamentalista podría definirse siguiendo dos líneas convergentes en el análisis. Por un lado la leninista, y su crítica al izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo, rama maniquea del marxismo vulgar, igualitarista en extremo y carente casi de contacto con la realpolitik, lindante con el anarquismo de corte bakuninista, de tan pésima influencia en España desde hace ya más de cien años. Por otro, la del materialismo filosófico, el cual entiende que la izquierda indefinida es un grupo de corrientes izquierdistas que se caracterizan por su practicamente nula definición política fuerte, su carencia de proyecto político respecto del Estado (como puedan tener izquierdas definidas como el jacobinismo, el liberalismo decimonónico, el anarquismo -anarco-sindicalismo-, la socialdemocracia, el comunismo soviético o el maoísmo del PCCh). Entre estas corrientes indefinidas se encontraría la izquierda fundamentalista, caracterizada entre otras cosas por ser propia de aquellos sujetos que se autodefinen “de izquierdas” en sentido unívoco, casi como que ellos son la única izquierda real, siendo todas las demás ideologías, aún revolucionarias y de izquierda definida, de “derechas”. Entre estos sujetos izquierdistas indefinidos estaría el profesor de Ciencia Política y presentador de La Tuerka (con K, mostrándose así alternativos, no sin saber la influencia de enorme peso que la idea de Cultura propia del idealismo alemán -la “Kulturkampf”- ha tenido en las izquierdas españolas desde el Congreso de Suresnes) Pablo Iglesias Turrión -La Tuerka es un programa producido por CMI Producciones, una empresa de servicios audiovisuales que realiza spots electorales para Izquierda Unida, entre otras cosas, en la que el propio Pablo Iglesias Turrión es Director de Contenidos y Creatividad; un emprendedor, un empresario de sí, de los que les gusta a Díaz Villanueva; también es conocido por presentar el extinto programa Fort Apache, en la muy “roja” Hispan TV, televisión en español de la República Islámica de Irán-.
Aparentemente, Díaz Villanueva y Turrión no tienen nada que ver. Pero hay puntos de conexión ontológica evidente entre ambos. Turrión (no le llamaremos Pablo Iglesias, pues el juego sustantivo entre su nombre y primer apellido con el fundador del PSOE le está reportando cierta mística en su quehacer cotidiano en los medios, cosa que a la larga podría perjudicarle) es negrista, esto es, seguidor de Toni Negri, como evidencia el texto fundamental de su praxis política, su tesis doctoral “Multitud y acción colectiva postnacional“, del año 2008, que trata sobre los movimientos antiglobalización españoles e italianos de la pasada década. Toni Negri empleó la idea de multitud para referirse a ella como el nuevo sujeto revolucionario, heredero supuestamente del proletariado o “clase obrera” (hay muchas clases sociales, tanto obreras como no obreras, e intersectadas incluso en un mismo sujeto), pero desde un punto de vista más que político, biopolítico. Para Negri y sus aliado ideológico Michael Hardt, también para Turrión, la biopolítica es la insurrección anticapitalista que hace del cuerpo humano el arma de lucha. Esta idea, aplicada a la idea de multitud negrista-turrionista, conduce a una sustantificación de la masa, de la muchedumbre, hacia una oclocracia supuestamente pacifista, pero en la que pueden entrar, como demandas políticas primeras, las demandas biopolíticas por encima de las meramente políticas. No extraña que muchos biopolíticos de la multitud acaben defendiendo, o justificando, el terrorismo suicida, lo telúrico del indigenismo (el “sangre y suelo” suramericano), el nacionalismo étnico-lingüístico catalán o vasco, o el feminismo biocorporeísta que haga del cuerpo de la mujer el arma de lucha. No en vano, Turrión fue el inspirador del célebre intento de toma de una capilla católica en plena Universidad Complutense de Madrid, toma en la que ningún varón se sacó el pito (tampoco él), y que tuvo como consecuencia lógica la vejación pública, a través de Internet, de las chicas que participaron en aquel absurdo asalto. Al ser “postnacional”, esto es, viendo al Estado como un mero instrumento superestructural que permita la liberación de la muchedumbre, al igual que el dominio como contrapoder (realmente, poder político oclocrático), el negrismo-turrionismo, como izquierdismo indefinido fundamentalista, por mucho que se trate de emparentar con el comunismo o la socialdemocracia marxista, tiene más en común con el socialismo etno-identitario en sus fundamentos más puramente anarquistas que con el marxismo-leninismo, no digamos ya el marxismo. Y no por un supuesto racismo en Turrión que negamos, pero sí en su biopoliticismo oclocrático (un dictadura de la muchedumbre que hace de cuestiones biológicas su principal arma política) de corte socialista que le lleva, al igual que a Villanueva pero desde preceptos ideológicos aparentemente distintos, a defender Estados pequeños étnicos como “Euskal Herría” o los “Països Catalans” antes que a la nación española o a cualquier otra nación canónica. Que Turrión sea partidario del metafísico “derecho de autodeterminación” en el sentido de que solo puedan votar en un plebiscito de esas características los españoles censados en municipios catalanes o vascos negándoles ese derecho al resto (esto es, negando la política en favor de la biopolítica), coloca a Turrión en la reacción, en una ultraderecha disuelta en ideas izquierdistas, enemiga de los trabajadores españoles y del racionalismo universalista socialista.
Aparentemente, Díaz Villanueva y Turrión no tienen nada que ver. Pero hay puntos de conexión ontológica evidente entre ambos. Turrión (no le llamaremos Pablo Iglesias, pues el juego sustantivo entre su nombre y primer apellido con el fundador del PSOE le está reportando cierta mística en su quehacer cotidiano en los medios, cosa que a la larga podría perjudicarle) es negrista, esto es, seguidor de Toni Negri, como evidencia el texto fundamental de su praxis política, su tesis doctoral “Multitud y acción colectiva postnacional“, del año 2008, que trata sobre los movimientos antiglobalización españoles e italianos de la pasada década. Toni Negri empleó la idea de multitud para referirse a ella como el nuevo sujeto revolucionario, heredero supuestamente del proletariado o “clase obrera” (hay muchas clases sociales, tanto obreras como no obreras, e intersectadas incluso en un mismo sujeto), pero desde un punto de vista más que político, biopolítico. Para Negri y sus aliado ideológico Michael Hardt, también para Turrión, la biopolítica es la insurrección anticapitalista que hace del cuerpo humano el arma de lucha. Esta idea, aplicada a la idea de multitud negrista-turrionista, conduce a una sustantificación de la masa, de la muchedumbre, hacia una oclocracia supuestamente pacifista, pero en la que pueden entrar, como demandas políticas primeras, las demandas biopolíticas por encima de las meramente políticas. No extraña que muchos biopolíticos de la multitud acaben defendiendo, o justificando, el terrorismo suicida, lo telúrico del indigenismo (el “sangre y suelo” suramericano), el nacionalismo étnico-lingüístico catalán o vasco, o el feminismo biocorporeísta que haga del cuerpo de la mujer el arma de lucha. No en vano, Turrión fue el inspirador del célebre intento de toma de una capilla católica en plena Universidad Complutense de Madrid, toma en la que ningún varón se sacó el pito (tampoco él), y que tuvo como consecuencia lógica la vejación pública, a través de Internet, de las chicas que participaron en aquel absurdo asalto. Al ser “postnacional”, esto es, viendo al Estado como un mero instrumento superestructural que permita la liberación de la muchedumbre, al igual que el dominio como contrapoder (realmente, poder político oclocrático), el negrismo-turrionismo, como izquierdismo indefinido fundamentalista, por mucho que se trate de emparentar con el comunismo o la socialdemocracia marxista, tiene más en común con el socialismo etno-identitario en sus fundamentos más puramente anarquistas que con el marxismo-leninismo, no digamos ya el marxismo. Y no por un supuesto racismo en Turrión que negamos, pero sí en su biopoliticismo oclocrático (un dictadura de la muchedumbre que hace de cuestiones biológicas su principal arma política) de corte socialista que le lleva, al igual que a Villanueva pero desde preceptos ideológicos aparentemente distintos, a defender Estados pequeños étnicos como “Euskal Herría” o los “Països Catalans” antes que a la nación española o a cualquier otra nación canónica. Que Turrión sea partidario del metafísico “derecho de autodeterminación” en el sentido de que solo puedan votar en un plebiscito de esas características los españoles censados en municipios catalanes o vascos negándoles ese derecho al resto (esto es, negando la política en favor de la biopolítica), coloca a Turrión en la reacción, en una ultraderecha disuelta en ideas izquierdistas, enemiga de los trabajadores españoles y del racionalismo universalista socialista.
Pero ahí se produce la conexión entre Villanueva y Turrión, lo que explica que se lleven tan bien. La conexión entre ambos se da en su anarquismo filosófico, en su defensa de lo biopolítico (en uno, centrándose en el individuo aislado; en el otro, en la multitud), en su enemistad con el Estado canónico (ambos, en definitiva, serían enemigos de España) y en, en esencia, en su implícita alianza contra la Política, con maýusculas, la que se da a escala de Estados, y entretejida con ella, de clases sociales en sentido serio. Ambos por tanto, Villanueva y Turrión, anarco-liberales e izquierdistas indefinidos fundamentalistas, son lo mismo: hijos de su tiempo, de moda en diversos espectros ideológicos, pero que no conducen más que a la perpetuación de ese estatu quo que ambos dicen combatir, cada uno a su manera, e incluso, si medran políticamente, a profundizar más aún en el hedor que el Orden Establecido actual emana, y que está encantado del predicamento social de los unos y los otros, en tanto mantienen, en sus debates, entretenidos a los individuos y las multitudes que tanto aman.
En Izquierda Hispánica lo tenemos claro: ni anarco-liberales, ni izquierdistas indefinidos fundamentalistas. La opción, la única, es la defensa de la unidad de España, de la unidad de sus clases de trabajadores, en una dirección política antieuropeísta, antisecesionista, anti-individualista y en pos de una, más que necesaria, Alianza Socialista Iberoamericana.