Crónica Popular , Suplemento de Cuestiones Españolas "Es la hora de la Tercera República", nº 2, año 2016, ISSN: 2529-9484, p...
Crónica Popular, Suplemento de Cuestiones Españolas "Es la hora de la Tercera República", nº 2, año 2016, ISSN: 2529-9484, pp: 84-89
(http://www.armesilla.org/2016/07/cronica-popular-es-la-hora-de-la.html;
http://www.armesilla.org/2016/11/razones-para-una-iii-republica-unitaria.html).
(http://www.armesilla.org/2016/07/cronica-popular-es-la-hora-de-la.html;
http://www.armesilla.org/2016/11/razones-para-una-iii-republica-unitaria.html).
Es sabido, y teorizado, desde hace ya más tres
décadas que, en España, el eje izquierda-derecha, tan puesto en cuestión
hoy día por parte también de las propias izquierdas y la derecha, está
entrecruzado con el eje nacionalismo español-nacionalismos periféricos.
En este cruce de ejes no interviene desde hace años, salvo en muy pocos
partidos políticos y movimientos sociales, un tercer eje monarquía-república.
Hay tres razones que lo explican, todas funcionando
en el aquí y ahora. La primera, el peso enorme que tienen las tensiones entre
el Gobierno central español y los gobiernos autonómicos, cuyas competencias,
sobre todo en materia educativa, han tendido a centrifugar la idea de nación
española, sea la que sea, que el supuesto centralismo español ha tratado
(supuestamente) de imponer. A día de hoy, y quizás entrecruzado con la crisis
económica pero con autonomía respecto a ella, ya que algo que lleva ocurriendo
antes de la crisis de 2007, las tensiones separatistas son el principal
problema político de España.
La segunda razón es que este problema separatista,
centrífugo, tiende a una suerte de balcanización light de parte de la
población, que ve más perentorio abogar por una república catalana, una vasca,
una gallega, otra andaluza, otra canaria, otra castellana, asturiana, leonesa,
aragonesa, murciana, leonesa, berciana, aranesa, andaluza-oriental, cántabra,
valenciana, antes que por una república española, a la que también verían como
“opresora de pueblos”. Conste que hemos nombrado la totalidad de movimientos
separatistas realmente existentes en España, cada uno con un recorrido
particular y éxitos disímiles.
Y la tercera, y la más grave, es que por un lado
buena parte de la derecha española y de la socialdemocracia (el PSOE,
parte de Izquierda Unida) defienden una Constitución, la de 1978, que analizada
con detenimiento demuestra ser la institución política que impulsa, con mayor
determinación, esos movimientos centrífugos separatistas, mientras que por otro
lado España tiene unas izquierdas que, de manera mayoritaria (socialdemócratas,
comunistas) defienden abiertamente o balcanizar España, o permitir que unos
españoles, por el mero hecho de estar censados en municipios de una supuesta
región que se considera nación, pueden votar en referéndum sobre su
separación sin consultar al resto de españoles.
La Constitución Española de 1978 y la centrifugación de España
La Constitución Española de 1978, hay que decirlo,
es el principal problema que lleva a la centrifugación de la idea de España. No
en vano, el Artículo 2 de nuestra actual Constitución afirma que:
“La Constitución se
fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e
indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la
autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad
entre todas ellas”.
La confusión terminológica que los ponentes
constitucionales patrios plasmaron en nuestra actual Carta Magna es tal que
tratan de distinguir infructuosamente nación de nacionalidad,
cuando ambas cosas son la misma. Y al afirmar, sin darse cuenta, en un mismo
artículo constitucional que nación española y nacionalidad
catalana, vasca o gallega, etc., son lo mismo (aunque no digan cuáles son esas nacionalidades
históricas, lo que da pie a que haya múltiples regiones que tengan minorías
separatistas), jurídicamente eso supone afirmar que España sería una “nación de
naciones”, una de las imposturas politológicas más necias de los últimos
tiempos, por ser un oxímoron. O un “país de naciones”, según nefasta
formulación del último partido pro-centrifugación de España, Podemos. Proyecto
centrifugador, “austro-húngaro”, también defendido por buena parte del PSOE y
de Izquierda Unida-PCE.
Además, algunos políticos españoles de estas
formaciones, como Carolina Bescansa, han afirmado sin despeinarse, que un
referéndum solo en Cataluña está apoyado por encuestas en que, parece ser, el
80% de los catalanes quieren votar, aunque voten que No a la independencia, en
un referéndum exclusivamente votado por los españoles censados en municipios
catalanes. Esta sería la opción de Podemos, Izquierda Unida-PCE y parte del
PSOE. Este tipo de declaraciones de Bescansa demuestran que un sociólogo,
quizás, no sea la persona más apropiada para gestionar una nación política como
lo es España. Y menos una socióloga postmarxista (postmoderna) como Bescansa,
que al igual que su jefe, Pablo Iglesias, pretende empezar de cero una
construcción política como si la Historia no importara.
Pero sigamos con las contradicciones
constitucionales. El Artículo 2 antes mencionado entra, además, en contradicción
con el Artículo 1.2. de la Constitución de 1978, que afirma que:
“La soberanía nacional
reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”.
Por dos motivos. En primer lugar, porque el pueblo
es la parte viva de la nación, la que actúa en el aquí y ahora, que recibe el
legado de sus ancestros en el pasado, y lo traspasa, junto con sus obras
presentes, a los compatriotas del porvenir. Si la soberanía nacional reside en
el pueblo, entonces los compatriotas del presente pueden pasar olímpicamente de
los compatriotas muertos y de los que están por llegar. Y ahí la soberanía
nacional, que ha de residir en la nación española, reside solo en su parte
viva.
El pueblo está dividido siempre en clases sociales, no se olvide, que
están en dialéctica constante entre sí. Además, pueblo es parte viva de la
nación si se identifica pueblo como pópulus romano, y no como plebs,
plebe, en el sentido de la razón populista de Ernesto Laclau, quien piensa que
solo es pueblo el Tercer Estado desgajado de la burguesía, sin especificar si
ese plebs es el proletariado, el lumpenproletariado, los asalariados no
productores de valor, o la pequeña burguesía.Y si bien es cierto que es la
parte viva de la nación, el pueblo, la que actúa siempre pudiendo transformar
el orden sociopolítico (o parte del pueblo, las clases sociales), no es menos
cierto que esa transformación social que el pueblo realice pueda desembocar en
el suicidio, esto es, en la desaparición de la nación vía balcanización. Así
pasó en la Unión Soviética, en Yugoslavia, en Checoslovaquia y en Etiopía,
naciones destruidas por admitir el derecho de autodeterminación en sus órdenes
constitucionales. Desaparición que fue una catástrofe universal, y por supuesto
también para los habitantes que antes eran soviéticos, yugoslavos, etíopes con
salida al mar o checoslovacos.
Una doble tragedia, la de los constitucionalistas del 78 y la de los españoles de izquierdas.
Aquí nos encontramos, por tanto, con una doble
tragedia. De una faz, la tragedia de los constitucionalistas de 1978, que
defienden una Constitución que es la fuente principal del separatismo neofeudalista
(neofeudalista en tanto que encubre, como democrático, o de izquierdas
incluso, los privilegios de sangre medievales por provenir de una región
geográfica determinada sobre la totalidad de la población, llamándolo ahora
“derecho a decidir” o “derecho de autodeterminación”, y llamando democracia a
un acto puramente aristocrático), por sus contradicciones internas, su falta de
conexión con la Historia de España y por los resultados nefastos que ha dado en
este sentido.
De la otra faz, la tragedia de los españoles de izquierdas,
sean pro-España o pro-balcanización, que siguen renegando, muchos, de la idea
de España unitaria y unida por asociarla a Franco y su régimen, a la Leyenda
Negra antiespañola, tan nefasta como la Leyenda Rosa, difundida por los
imperios rivales a España de los siglos XVI, XVII y XVIII, que llega hasta hoy,
y que muchos compatriotas se han comido con patatas, y por asociarla, en
definitiva, a la derecha. Este neofeudalismo, que entronca con el
socialfascismo de 1920-1930, en tanto que la socialdemocracia de la época, por
su anticomunismo, abrió el camino al nacionalismo ultraétnico y racista del
fascismo italiano y alemán, está disuelto en distintas fuerzas de izquierdas en
mayor o menor grado. Como diría Gustavo Bueno: "la derecha está disuelta
en la izquierda, es lo mismo pero con otro nombre".
Es evidente que, con un panorama así, el eje monarquía-república
no tiene nada que hacer, salvo ser pervertido por los otros dos ejes. ¿En qué
sentido este eje, que no es prioritario para la mayoría de partidos políticos
con representación parlamentaria y para muchos movimientos sociales más
preocupados por cuestiones particulares que generales, está pervertido?
Qué es el federalismo y qué defiende.
Para
explicarlo hay que definir qué es el federalismo y qué defiende. El federalismo
sería la corriente ideológica o teórica, y el movimiento político y social
asociado a ella, que defendería la alianza corporativa, o política, que se
entiende por federación. Y una federación sería una unión estable de Estados
soberanos, o de colonias, o de Estados y colonias, que conformarían una
relación entre sí en la que, aún con autonomía y participación desigual en
ciertas materias soberanas, todas las partes de esta unidad ceden su soberanía
a la nueva federación.
Y es aquí cuando empiezan los problemas asociados a
España y los movimientos neofeudalistas centrífugos de izquierdas y de derecha.
Para que exista una federación, previamente han de federarse entidades
políticas independientes y soberanas, es decir, Estados o colonias
independientes. Pero resulta que las fronteras territoriales de España, al
menos en su marco ibérico, balear y norteafricano (Canarias, Ceuta y Melilla),
y si obviamos la época colonial decimonónica y del siglo XX en África (Rif,
Sáhara Occidental y Guinea Ecuatorial) y la de los Virreinatos, Reales
Audiencias y Capitanías Generales de la Monarquía Hispánica en América y
Filipinas, estas fronteras apenas han variado en 500 años. Apenas, porque sí es
cierto que entre 1580 y 1640 se produjo la llamada ahora Unión Ibérica,
cuando España y Portugal se unificaron bajo un solo jefe de Estado con Felipe
II, y abarcando los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, todos de la
casa de Habsburgo. Y apenas también porque la primera expresión política de
España como nación se produjo el 19 de marzo de 1812, con la Constitución de
Cádiz, la Pepa, que estableció en su Artículo 1 que:
“La Nación Española es
la reunión de los españoles de ambos hemisferios”.
Coda aparte, la
Constitución Española de 1812, fruto de un proceso de guerra de liberación
nacional por parte de España contra Francia entre 1808 y 1814, pudo haber
conformado la primera nación política liberal de extensión intercontinental de
no haberse dado excesiva prioridad a los procuradores constitucionales ibéricos
frente a los “españoles de Ultramar”, que eran mayoría y que representaban a
territorios con mayor número de población y con mayor riqueza y recursos
naturales. Ahí sí podría haberse transformado la Monarquía Católica Universal
Española (tal era su nombre) en nación política española, transformando los
Virreinatos, Reales Audiencias y Capitanías Generales, junto a la Metrópoli
Ibérica, en unidades que cedían su soberanía a una nueva federación, de tipo
monárquico.
Pero la Historia fue otra, como ya sabemos. Esta problemática se
comprobó en los debates que dieron como consecuencia los Artículos 10 y 11 de
dicha Constitución. Al final, la nación política española consignada a la
Península Ibérica, Ceuta y Melilla, Baleares y Canarias, fue
constitucionalmente confirmada, y conformada, a lo largo de todo el siglo XIX y
parte del XX, hasta la pérdida del Sáhara Occidental. Los procesos políticos
españoles, también los revolucionarios, como dijeron Marx y Engels en sus
escritos sobre La España revolucionaria, son lentos y profundos,
rebasando generaciones enteras en muchos casos. En todo caso, a mi juicio, el
día de la Fiesta Nacional Española no debería ser el 12 de octubre, fecha que
debería resignificarse en un sentido iberoamericanista, de unidad con las
naciones hermanas que hablan español y portugués. El día de nuestra Fiesta
Nacional debería ser el mencionado 19 de marzo, algo que ya propuso Íñigo
Errejón, pues es ese día de 1812 cuando la nación política española (el
Estado-nación español) nace oficialmente.
Un ejercicio de Derecho-ficción.
Dicha la coda, ¿Qué queremos decir con todo
esto? Que para que España fuese un Estado federal, previamente debería
romperse, balcanizarse, y luego reunificarse. Cosa que solo puede ocurrir de
dos maneras, siempre formales. La primera, que en la elaboración de una nueva
Constitución Española de tipo federal, republicana o monárquica, los ponentes
constitucionales reunidos en una sala o habituación redacten, de iure, la
ruptura de España para, acto seguido, consignar su reunificación federal. Este
se trataría de un ejercicio de derecho-ficción muy del gusto de algunos
iusconstitucionalistas.
Y este fue el modo en que se acordó redactar el
proyecto constitucional de la Primera República Española (1873-1874),
convirtiendo, de iure, las regiones de España en Estados. Este proyecto nunca
llegó a promulgarse, como se sabe, porque la Primera República Española fue un
absoluto fracaso a nivel de organización del Estado (cantonalismo, bakuninismo
–denunciado por Engels en un famoso escrito de 1873-, carlismo, independentismo
en Cuba, Filipinas y Puerto Rico), y dio lugar, después, a la Restauración
(1874-1923, hasta las dictaduras de Miguel Primo de Rivera, 1923-1930, y de
Dámaso Berenguer, la “dictablanda”, de 1930-1931; estas dictaduras no rompieron
legalmente con el régimen de la Restauración, pero sí supusieron un cambio de
forma de Gobierno y de gobernanza notables con respecto a aquella).
La segunda
vía para hacer de España un Estado federal es la defendida, hoy día, por
multitud de izquierdistas del PSOE, Izquierda Unida-PCE, Podemos y otras
fuerzas menores, que pretenden que tras diversos procesos de balcanización
mediante el privilegio de secesión (mal llamado “derecho de
autodeterminación”), los Estados surgidos de ese proceso se reunificarían.
Proceso que no estaría garantizado, entre otras cosas porque tras la
desmembración de España los nuevos Estados serían reconocidos por otros, por
ejemplo, Letonia podría reconocer a Cataluña como Estado, más sabiendo ahora la
compra en el 2013 con dinero de los españoles, por parte de los neofeudalistas
pujolistas, de Valdis Dombrovskis, exprimer ministro letón, para que se
expresara públicamente en favor de nuestra desmembración). Además, Estados más
potentes se aprovecharían de las nuevas unidades políticas para realizar acuerdos
comerciales, económicos y geoestratégicos, facilitados por tener que negociar y
poder imponerse a unidades políticas más débiles. Como el Imperio Británico
trató de sacar tajada de las repúblicas hispanoamericanas, o Estados Unidos se
aprovechó de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, o Marruecos del Sáhara Occidental.
Federalismo y confederalismo, caballos de troya del neofeudalismo separatista.
Ambas vías son desastrosas, como se ve. Una por lo
que supuso, y otra por lo que supondría. Y si bien el federalismo es más
unitario que el confederalismo, defendido en España por el PCPE (Partido
Comunista de los Pueblos de España, fundado en 1984 por escisión del PCE),
porque el confederalismo es la defensa de una alianza entre Estados
independientes o colonias que, en base a un tratado para defender intereses
comunes, los Estados miembros de la confederación siguen conservando parte de
su soberanía, ambos, federalismo y confederalismo, serían Caballos de Troya del
neofeudalismo separatista, del proceso de centrifugación de España. Pues sobre
ese federalismo y ese confederalismo, aun cuando de buena fe
federalistas y confederalistas defiendan la unidad de España, en
realidad, tras la apariencia, fedealismo y confederalismo, por ignorancia de su
significado y sus fundamentos, son velos que ocultan la mala fe de
quienes quieren romper España en trozos, pues estos federalistas y
confederalistas tendrán antes como aliado a un neofeudalista separatista de
derechas que a un patriota español unitarista y centralista de izquierdas,
por no mencionar otras combinaciones.
La IIª República, unitaria y centralista.
La Constitución de la Segunda República Española, de
1931, no era federalista ni confederalista. Y jamás cuestionó la soberanía
nacional española. Aún habiendo procesos centrífugos llevados a cabo por
Esquerra Republicana de Catalunya, el Partido Nacionalista Vasco, Estat Catalá
y los anarquistas, la Segunda República Española fue unitaria, centralista y
unicameral. Es decir, de corte jacobino. Veamos algunos ejemplos (recomendamos
también la lectura de los artículos 11, 12, 13, 14, 15, 16 y 17, aparte de los
que se muestran abajo):
Artículo 1: [...] La
República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los
Municipios y las Regiones.
Artículo 4: El
castellano es el idioma oficial de la República. Todo español tiene obligación
de saberlo y derecho de usarlo, sin perjuicio de los derechos que las leyes del
Estado reconozcan a las lenguas de las provincias y regiones. Salvo lo que se
disponga en leyes especiales, a nadie se le podrá exigir el conocimiento ni el
uso de ninguna lengua regional.
Artículo 13: En ningún
caso se admite la Federación de regiones autónomas.
Artículo 17: En las
regiones autónomas no se podrá regular ninguna materia con diferencia de trato
entre los naturales del país y los demás españoles.
Artículo 50: Las
regiones autónomas podrán organizar la enseñanza en sus lenguas respectivas, de
acuerdo con las facultades que se concedan en los Estatutos. Es obligatorio el
estudio de la lengua castellana, y ésta se usará también como instrumento de
enseñanza en todos los centros de instrucción primaria y secundaria de las
regiones autónomas. El Estado podrá mantener o crear en ellas instituciones
docentes de todos los grados en el idioma oficial de la República. El Estado
ejercerá la suprema inspección en todo el territorio nacional para asegurar el
cumplimiento de las disposiciones contenidas en este artículo y en los dos
anteriores. El Estado atenderá a la expansión cultural de España estableciendo
delegaciones y centros de estudio y enseñanza en el extranjero y
preferentemente en los países hispanoamericanos.
Así pues, asociar centralismo jacobino a Franco, a
la derecha o a la "destrucción de culturas", en el caso de
España, es en muchos casos ignorancia, y en muchos otros ésta mezclada con mala
fe que encubre el intento de centrifugación de España. El unitarismo, el
centralismo español, puede ser de izquierdas, como lo fue en la Segunda
República, o de derechas, como lo fue en el franquismo. Y dicho esto con
matices, pues en el franquismo Navarra y el País Vasco conservaron sus
privilegios forales y Cataluña fue mimada a nivel de garantizar su supremacía
industrial sobre el resto de España, pues no en vano fue una recompensa por el
número de falangistas que Cataluña dio a la mal llamada causa nacional.
¿Y acaso Cataluña no se vio más que beneficiada por el centralismo borbónico
iniciado por Felipe V tras su victoria en la Guerra de Sucesión Española
(1701-1715), el fin de la Monarquía Federal de los Austrias, el fin de los Usatjes
de Barcelona y el comienzo del comercio textil de la burguesía catalana con
Cuba, que les permitió tener numerosas plantaciones de esclavos?
Desde un punto de vista estrictamente
económico-político, cuando en España ha habido sistemas centralistas ha habido
mayor crecimiento económico y mayor desarrollo. Y desde un punto de vista social,
la centralista Segunda República fue uno de los periodos de mayor extensión de
derechos y libertades de nuestra Historia. Y engarza con nuestra Tradición
política, que bebe tanto de la Constitución de 1931 como de la de 1812.
Si hay
una Tercera República Española, esta ha de ser deudora de dicha tradición
centralista, y ha de abogar por luchar abnegadamente contra el neofeudalismo
separatista, pero también posiconarse frente al federalismo y el
confederalismo, que son aliados tácticos por la centrifugación de España del
secesionismo. Y el republicanismo centralista español debe criticar
abiertamente las contradicciones del régimen actual. Por tanto, la hora de la
República ha de ser una hora en que se anuncie el único modelo que puede dar
prosperidad, bienestar y seguridad a los trabajadores: República Unitaria
Presidencialista y Unicameral. La Monarquía sobra, las Comunidades Autónomas
sobran, el Senado sobra, el Presidente ha de ser elegido directamente por el
pueblo y necesitamos una nueva Constitución. Sin nación política española no
habrá Tercera República Española. Y si no es unitaria no habrá República.