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Publicado en Crónica Popular y en E-Prints Complutense:
Transcripción de la Séptima sesión del curso de Marxismo, Estado y Clases Sociales de la serie de los cursos de formación contínua sobre Materialismo Histórico y Teoría Crítica impartidos en el Euro-Mediterranean University Institute (EMUI), instituto de investigación de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), en colaboración con la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM).
http://www.cronicapopular.es/2016/04/el-estado-como-sujeto-revolucionario/
http://eprints.sim.ucm.es/36963/
http://eprints.sim.ucm.es/36963/
Transcripción de la Séptima sesión del curso de Marxismo, Estado y Clases Sociales de la serie de los cursos de formación contínua sobre Materialismo Histórico y Teoría Crítica impartidos en el Euro-Mediterranean University Institute (EMUI), instituto de investigación de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), en colaboración con la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM).
https://hismatblog.wordpress.com/curso-4-marxismo-estado-y-clases-sociales/
1. Introducción.
La sesión de este día 24 de
febrero de 2016 de nuestro cuarto Curso de Formación Continua sobre
Materialismo Histórico y Teoría Crítica, llamado "Marxismo, Estado y
Clases Sociales", está dedicado a un tema polémico ya en su enunciado: el
Estado como sujeto revolucionario. Y es polémico en tanto busca
precisamente eso, la polémica. Polemizar, sostener o entablar una polémica, más
en un ámbito de discusión marxista, no debería considerarse sospechoso, ni
menos aún falto de oportunidad en tanto de lo que tratamos en nuestros cursos,
además de repasar la doctrina marxista y materialista hasta el presente, es
tratar de aprender de ella para actuar en el aquí y ahora, y de cara al
porvenir. Para poder hacerlo, es necesaria la polémica, o lo que es lo mismo,
la crítica, si no se quiere caer en el mero repaso de textos clásicos, siempre
condicionado por la incapacidad de distinción de lo fundamental de dicho textos
de lo meramente coyuntural, de su época. También la crítica ha de evitar ser
mero asesoramiento o coaching, como dirían ahora muchos de nuestros
contemporáneos.
La crítica más constructiva puede
ser, en ocasiones, la más reconstructiva, la que requiere una destrucción
completa de los materiales que tenemos entre manos, también a nivel teórico,
para poder deconstruir los materiales que nos han legado y poder caminar en el
buen sentido hacia la transformación política de lo que hay. La tarea de todo
materialista práctico, de todo comunista, a nivel teórico tanto como político,
es la crítica despiadada de las ideas y conceptos manejados en la actualidad,
tanto para su superación, como para su mantenimiento adaptativo, como para su
destrucción. Y de ahí que la crítica despiadada marxista-materialista sea más
perentoria contra los aparentes y falsos amigos que contra los enemigos y
adversarios abiertos. En el segundo caso está claro contra quién vamos. En el
primero es necesario definir qué somos y qué queremos para no ser confundidos
con elementos fracasados o confusos de nuestra misma trinchera, a los cuales
hay que purgar sin misericordia alguna. La polémica y la crítica es el primer
paso para la reconstrucción de las partes formales que el marxismo, y el leninismo,
nos han legado a día de hoy para adaptar y actualizar nuestra tradición de cara
al momento que vivamos. Y así tendrán que hacerlo los que nos sucedan, pues así
hizo Lenin con Marx y Engels, y estos dos con los elementos formales con los
que construyeron el materialismo histórico, que son (no se olviden) el
idealismo histórico de Hegel, la teoría económica clásica de Adam Smith,
William Petty y David Ricardo, la filosofía de Platón, Aristóteles, los
escolásticos o Spinoza y las ideas políticas de los socialistas utópicos
franceses y británicos (Fourier, Saint Simon, Owen, etc.). Como la nada
no existe, salvo como idea límite para referirse a un momento-lugar del
espacio-tiempo donde antes había algo y es, y solo es, en referencia a
ese algo por lo que en otro momento no hay, o no había, nada, la nada
como una entidad del Cosmos, de la Realidad, existente de por sí, en sí y para
sí, se acercaría más a la sustancia spinozista y sus atributos que él
relacionaba con Dios, al mismo tiempo que la negaba. Con esto queremos decir
que el marxismo no surgió de la nada, y al mismo tiempo las diversas líneas que
el marxismo ha seguido tampoco surgen de la nada, del no-marxismo
si se quiere, por lo que lo aquí expuesto es coherente tanto con la teoría
materialista de Marx como con la práctica política materialista de las diversas
sociedades políticas conformadas en torno a su doctrina.
Polémica es sinónimo de
controversia, y la controversia solo es posible mediante la crítica. ¿En qué
sentido presentamos nosotros la crítica? La crítica, en la época de la
escolástica (la escuela filosófica de las primeras Universidades y escuelas
catedralicias católicas nacida en el siglo X de nuestra era, y que llega hasta
hoy día), era una parte de la lógica que trataba del juicio. El juicio era, y
es, una proposición que constituye el contenido de una aserción, susceptible de
falsedad o verdad, produciéndose la relación lógica a través de la cópula (el
verbo ser) entre un sujeto y un predicado en cualquier aseveración. El
juicio en lógica es la proposición constitutiva de verdad o falsedad en una
serie de proposiciones de un discurso determinado. Esta verdad o falsedad, en
Aristóteles y los escolásticos, giraba alrededor del análisis de la relación
sujeto / predicado. Pero en la Edad Contemporánea es ampliado este análisis por
la lógica simbólica o formal, estudiando desde entonces los razonamientos desde
un punto de vista formal, ergo material, estudiando su validez (1) o su no
validez (0). Toda realidad es material, y todo lo que es material es real, ya
sea algo físico-corpóreo, psicológico o lógico-abstracto, pues no hay formas o
esencias puras que puedan hipostasiarse de contenidos materiales, lo que
permite poder operar, producir y transformar la realidad con ellos.
Esta evolución del juicio lógico
no puede separarse de nuestra idea de crítica, de polémica, en tanto es una
idea que tiene en cuenta la evolución histórica de la idea de crítica. Con la
Modernidad, el término crítica empezará a tomar una importancia esencial en el
pensamiento. Es entonces cuando aparecen obras que incorporan la palabra
crítica en sus títulos, por ejemplo El criticón de Baltasar Gracían, Teatro
crítico universal de Benito Jerónimo Feijoo, Crítica de la Razón pura
y Crítica del juicio de Immanuel Kant o Contribución a la crítica de
la Economía Política y El Capital: crítica de la economía política
de Karl Marx, entre otras obras y otros autores. La crítica está ligada a la
estructura del juicio antes referido. En filosofía, pero también en la acción
política, la crítica no es solo un momento negativo del hacer, no es solo
realizar un juicio desfavorable de algo. También es, sobre todo, un momento
positivo, clasificatorio de los conceptos e ideas que han sido sistematizados
por otros para hacer, con ellos, otro tipo de sistematización como paso previo
no ya solo a la actividad filosófica, sino también a la acción transformadora
de la vida política, la que permite asociar categorías a objetos y redefinir
estos objetos. La totalización crítica de los objetos reales, materiales, abrió
el camino a las ciencias positivas, tanto naturales como formales y sociales.
Esta totalización crítica es dialéctica, y se hace regresando desde el concepto
específico a criticar al género conceptual del que ha partido, para poder progresar
entonces hacia una nueva redefinición del concepto específico, la nuestra. No
otra cosa es la demostración de algo, el establecimiento de relaciones o
proposiciones partiendo de otras relaciones o proposiciones anteriores o dadas
al mismo tiempo.
La demostración, a partir de la
crítica, de que el Estado es un sujeto revolucionario constituyente del mundo,
del universo que habitamos y que nos rodea, se hace teniendo en cuenta la
especificidad del concepto de Estado socialista para, desde ella, progresar
hacia una conceptualización del Estado genérica, regresando de nuevo a la
especificidad socialista que, en el límite, resulta ser un Estado trascendental
por traspasar, positivamente, los límites del contexto espacio-temporal en que
se originó. Tanto la clase obrera organizada a través de una vanguardia
revolucionaria como el Estado en el que esta vanguardia ha conseguido erigir a
la clase obrera en clase nacional-política, son los elementos que permiten
constituir círculos de realidad cada vez más amplios hasta la transformación
límite de nuestro Universo (Universo, en nosotros, es sinónimo de Mundo, la
pluralidad de totalidades entretejidas que hemos podido constituir como parte
del Ser que conocemos, clasificamos y transformamos, llegando estas totalidades
a influirnos recíprocamente demostrando su validez categorial una vez han sido
suprimidas las operaciones productivas que nos han permitido conformar eso que
llamamos Universo, el cual nos influye, define y conforma en la misma medida).
Por eso, en tanto que nuestra
clase de hoy tiene un título con tres elementos (Estado, sujeto y revolución),
analizaremos críticamente cada uno de ellos y su interrelación desde una
concepción materialista de la vida política, que únicamente puede ser, por
cierto, marxista-leninista.
2. El Estado.
Estado viene del latín status,
que significa posición. Sería una posición, disposición activa o pasiva en acto
de algo o de alguien, en relación consigo mismo o con otro u otros semejantes o
no, pudiendo ser una posición buena o mala según los resultados de la actividad
o la pasividad de la posición que se ejerce y que se resulta de ese ejercicio
en dialéctica con otros ejercicios. Todo estado tiene partes cuyo conjunto
constituye la posición que se tenga, y la posición de fuerza o de debilidad que
alguien o algo tenga, en su estado, representará el estado de los miembros
constitutivos de un estado que los agrupe. Esta cuestión no es solo lógica,
sino que también tiene connotaciones claras en ciencias sociales. Por ejemplo, la
obra La situación de la clase obrera en Inglaterra de Friedrich Engels
(1845), era una radiografía sociológica, antropológica y económico-política,
por tanto histórica, de la posición que los obreros ingleses (proletarios y
otros asalariados) tenían en la Inglaterra de su tiempo, la primera mitad del
siglo XIX con un Imperio Británico en expansión territorial y comercial. Por lo
tanto, era el estudio de la disposición de una clase social determinada
respecto de su sociedad política de referencia y de las otras clases sociales
de esa misma sociedad con la que entraba en dialéctica. Una dialéctica que, a
través de esas referencias (Imperio Británico, proletariado, burguesía) entraba
en dialéctica con otras clases y sociedades políticas distintas coetáneas de su
tiempo.
En sentido político, el Estado
también es una posición activa y / o pasiva respecto a otros Estados, a otro
tipo de sociedades humanas no estatales (no políticas), y también respecto a
las partes formal-institucionales que lo conforman: territorio, población e
instituciones administrativas de la propiedad sobre dicho territorio y dicha
población. El Estado, por tanto, sería aquella sociedad humana que ha superado
la situación histórica anterior de sociedades ágrafas, sin escritura, sin leyes
y sin adjudicación jurídica de la propiedad. Lo que antes se llamaba
salvajismo, es hoy campo de estudio de la etnología, y sería el tipo de
sociedades agrícolas y ganaderas, sedentarias, propias del neolítico,
superadoras a su vez del estado de barbarie propio de las sociedades humanas de
cazadores-recolectores propias del paleolítico. Es cierto que la palabra Estado
no se aplicó hasta el siglo XV de nuestra era para referirse a las sociedades
políticas renacentistas. Maquiavelo en El príncipe ([1513] 2003) se
refería al Estado como aquello que permanece (lo stato, en italiano),
pero por analogía Estados eran ya las primeras sociedades políticas con
apropiación de territorio estable, clasificación de su población en clases,
reparto de la propiedad territorial y, por tanto, apropiación de la misma y del
valor producido mediante la división del trabajo en clases sociales. Todas
estas actividades propias de la vida política solo podían clasificarse,
establecerse, mediante un sistema jurídico-administrativo, o lo que es lo
mismo, era necesaria la existencia de sistemas de escritura para regular la
vida de la nueva sociedad humana superadora del salvajismo. Desde una posición
materialista, Estados eran ya las sociedades políticas prístinas de la Edad
Antigua surgidas hace ya 5000 años: sumerios, egipcios, minoicos o la ciudad
antigua de Ebla, al norte de la actual Siria, serían las primeras sociedades
políticas propiamente dichas. Tenían sistema de escritura, leyes, territorio
apropiado y repartido entre clases y estamentos, cada uno con una función
social determinada (gestión de la propiedad, clero, artesanía, guerra, etc.).
Sociedades políticas como las polis griegas, los imperios antiguos y
medievales, así como los reinos, serían también Estados. ¿Pero por qué las ciencias
sociales, desde Maquiavelo, han tratado de apropiarse del término Estado para
referirse solamente al Estado moderno, de dominación aristócrata o burguesa,
sujetos ya de una actividad económica no propiamente, o no solamente, feudal,
sino también mercantilista e incipientemente capitalista? Para la burguesía,
clase social que surge en la Baja Edad Media (siglo XI) en los burgos
centroeuropeos y las ciudades-Estado italianas en los que comienzan las
primeras grandes industrias expansivas y las primeras empresas privadas no
sujetas a la nobleza (industria textil, industria del carbón por parte de la
orden monacal cisterciense), lo stato, lo estable, solo podría ser el
orden en el que ellos fuesen o bien la clase con mayor influencia en el poder
político (por ejemplo en las monarquías absolutas de su tiempo, en disputa
siempre con la nobleza y el clero), o bien la clase dominante en todos los
niveles. En cierto sentido, la burguesía se apropió del término Estado para
asociarlo exclusivamente al tipo de sociedad política hecha a su imagen y
semejanza, y por tanto a un mundo donde ella fuese la clase que mandara en
todas las capas y ramas del poder. Esta definición de Estado llega a la
politología actual, en tanto sigue siendo una politología eminentemente liberal-burguesa
en sus orígenes, lo que no implica su falsedad total o que todos sus preceptos
sean erróneos.
Lo que queremos destacar es lo
siguiente: si el Estado, tal y como lo hemos definido nosotros, es muy
anterior, unos 4500 años, en su conformación histórica a la Baja Edad Media y
al Renacimiento, eso quiere decir que la monarquía absoluta, la monarquía
feudal, el Imperio colonial o la nación política (el Estado nación moderno),
son solo modalidades específicas del Estado genérico como sociedad política con
escritura, leyes, clases, estamentos, división del trabajo y apropiación del
territorio y división de la propiedad. Marx arguye que es necesario acabar con
el Estado para acabar con toda forma de explotación y opresión entre clases,
para acabar con la propiedad privada y de la tierra, mediante la toma del poder
por parte del proletariado, la clase social que en la sociedad política
burguesa representa la mayoría social. En el Manifiesto Comunista, sin
embargo, Marx y Engels afirman:
Los obreros no
tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el
proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la
condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional,
aunque de ninguna manera en el sentido burgués (Marx y Engels, 1848-1997: 46).
Esta cita, no siempre leída por
completo quedándose muchos en el "los obreros no tienen patria", que
sacado de contexto tiene una connotación cosmopolita muy alejada del
inter-nacionalismo proletario, ¿qué tipo de relación tiene con lo dicho en el
párrafo anterior acerca de la discusión entre teóricos burgueses de la
Modernidad y otras corrientes sobre el origen histórico del Estado, sobre qué
es el Estado? Si los obreros no tienen patria en sentido moderno para Marx y
Engels, no significa que no tengan nacionalidad, que no tengan un DNI, unos
derechos y obligaciones dentro del orden de un Estado-nación. Significa que no
tienen el poder político dentro del Estado-nación, y que la patria en la que
producen valor no es suya por propiedad política, sino por asignación y
clasificación crítica desde el poder político que otra clase comanda. Al elevar
a clase nacional al proletariado de un Estado-nación, la clase obrera se vuelve
nacional, es decir, hace una revolución nacional, se convierte en esencia de la
Patria. Pero lo hace en el mismo sentido en que la burguesía lo hizo respecto
de la nobleza y el clero. La burguesía tomó el poder en los Estados
absolutistas cuyo fundamento regio era la unión entre Trono y Altar y los
transformó, tanto en su versión monárquica como republicana, en nación
política. El ejemplo histórico más épico, si se quiere, de esta transformación
revolucionaria burguesa ocurrió en la Batalla de Valmy, en 1792, que enfrentó a
Francia contra Prusia y el Archiducado de Austria. En esa batalla, las tropas
austro-prusianas representaban a Estados absolutistas propios del Antiguo
Régimen, que no dejaba de ser moderno. Las tropas francesas, ya revolucionarias
y jacobinas, ganaron la batalla, y en vez de gritar el tradicional "¡Viva
el Rey!", gritaron "¡Viva la Nación!". Ese "¡Viva la
Nación!" era no solo un "¡Viva la burguesía triunfante de la
revolución!", sino un "¡Viva el Tercer Estado, como representación
real de la nación francesa!". O lo que es lo mismo, la nación política
francesa era el Tercer Estado y el Tercer Estado era, mediante la revolución,
el padre de una nueva forma de Estado: la nación política. Este nuevo grito fue
presenciado por un testigo de excepción de aquella batalla, el filósofo y
escritor alemán Johan Wolfgang von Goethe, que tras escucharlo afirmó que ahí
comenzaba una nueva etapa en la Historia de la Humanidad. Y no lo dijo sin
razón.
La revolución comunista de Marx y
Engels, por tanto, no sería otra cosa que la toma del poder de la nación
política por parte de aquella parte del Tercer Estado que no era ni burguesía,
ni pequeña burguesía ni lumpenproletariado, sino clase obrera productora,
distribuidora, intercambiadora, cambiadora y consumidora del mismo valor económico
del cual eran demiurgos. Elevar a clase nacional a la clase obrera de una
nación política burguesa sería, en sentido marxista, el caso primero en la
literatura de nuestra tradición en que el Estado es sujeto revolucionario.
Aunque el comunismo no es la única ideología en que el Estado es sujeto
revolucionario, si es la única en que pretende serlo a una escala más
radical-universalista. Pero, en todo caso, estas reflexiones tienen que ver con
la cuestión de Marx, Engels y el debate sobre el origen histórico del Estado.
Si nosotros afirmamos que, por analogía, no es el Estado moderno y sus
especificidades (monarquía absoluta, imperio colonial, imperio semifeudal,
república) la única forma específica de Estado, sino que hay formas anteriores
(Estado esclavista, reino feudal, imperio antiguo, teocracia, ciudad-Estado o
polis, etc.), es viable pensar que tras el hipotético derrumbe del Mundo
Moderno, si bien el Estado no desaparecerá, si podrá terminar el Estado moderno
en sus distintas acepciones, o bien podrán combinarse formas antiguas y
modernas de instituciones estatales (como ya pasa hoy día), y dar lugar a
nuevas formas específicas de Estado. Formas de Estado, o de unidades políticas
trans-estatales o post-estatales (que ya existen en cierto sentido: Unión
Europea, Unión Euro-Asiática, ASEAN, UNASUR, Unión Africana, etc.; y ya
existieron antes: Liga Hanseática, COMECON, etc.), donde la clase obrera sea la
clase dominante. Entonces, ¿qué entiende Marx por Estado? Entiende no otra cosa
que lo mismo que Maquiavelo, el Estado moderno. Y lo que quiere hacer el
marxismo es acabar con el Estado moderno, pero no para terminar con el Estado
en general, entre otras cosas porque eso es metafísicamente imposible. Primero
porque, sin Estado, desaparecería toda forma de racionalidad institucional,
incluida la económica, y segundo, porque solo a través del poder del Estado y
de su conjunto complejo de instituciones (territorio, población, administración
pública, riqueza material, etc.), puede realizar cualquier clase social en su
poder transformaciones políticas trascendentales a cualquier escala. Y que
conste que la idea de Estado de Marx y de Maquiavelo también es la misma que la
de Hegel, es decir, solo es Estado el Estado moderno, el Estado burgués. Si
acaso, en Marx, la definición es en sentido no afirmativo.
Los Estados han demostrado ser un
conjunto complejo de instituciones capaz de organizar y controlar la vida de
grandes agrupaciones humanas. Actualmente, año 2016, los más de 7.000 millones
de habitantes que tiene el planeta Tierra están agrupados, distribuidos aún en
interacción constante entre sí, en 243 entidades estatales. De estas, 193
tienen asiento en las Naciones Unidas, porque están reconocidas gracias al
Derecho Internacional Público. En la ONU, además, Palestina y la Ciudad del
Vaticano son los dos únicos Estados observadores que no son miembros
permanentes de la Organización. Existen también 10 Estados sin reconocimiento
internacional general, es decir, no son miembros de la ONU, pero de facto son
independientes según el Derecho Internacional Consuetudinario (costumbre
internacional) establecido por la Convención de Montevideo de 1933. Los Estados
que entran en esta definición, actualmente, son: Abjasia, Nagorno Karabaj,
República Turca del Norte de Chipre, Kósovo, Osteia del Sur, Sáhara Occidental,
Somalilandia, Taiwán, Transnistria y Nueva Rusia. Existen además territorios
dependientes habitados con población nativa, bajo soberanía de Australia,
China, Dinamarca, Noruega, Estados Unidos, Francia, Nueva Zelanda, Países Bajos
y el Reino Unido. Estados Unidos, Australia, Francia, Noruega, Reino Unido
poseen territorios de ultramar bajo su soberanía, los cuales no tienen
población nativa. Y también existen los llamados "países
constituyentes", que son partes integrantes de Estados soberanos mediante
un acuerdo jurídico-político más o menos reciente. Estados como el Reino Unido,
Francia, Países Bajos, Grecia y Bosnia-Herzegovina están conformados por
diversos países constituyentes. La Soberana Orden de Malta es observador en la
ONU, tiene relaciones diplomáticas con otros países y se declara entidad
soberana, aunque no es un Estado.
Todo Estado persigue un fin
esencial: ser estable y ser recurrente en el tiempo, independientemente de la
configuración de clase que tenga. Todo Estado, toda sociedad política, es
producto de la confluencia de varios conjuntos humanos en los que uno se impone
al resto y da origen a una nueva configuración estatal. Así ocurrió con las
bandas humanas, tribus y clanes que se juntaron para conformar Estados en la
primera Antigüedad, y así ha pasado siempre a través de la lucha de clases
interna a cada Estado, en donde o bien se conformaban nuevas unidades estatales
por separación de Estados previos o por unificación de Estados previamente
independientes en uno nuevo más grande y extenso, o bien ha pasado con Estados
que, tras una revolución política, han cambiado su denominación, su
configuración de clase y su reparto de la propiedad privada. En estos procesos
se constituyen nuevas realidades políticas por recombinación o refundición de
otras preexistentes, lo que da cuenta de la riqueza material que permite la
configuración de nuevas sociedades políticas partiendo de procesos de
confluencia de corrientes heterogéneas y múltiples, que nunca surgen de la
nada, y que además son irreductibles de las nuevas realidades constituidas.
Este proceso lo denominamos anamórfosis. Y una revolución política, sea
la que sea, siempre es un proceso anamórfico.
La aparición del Estado hace 5000
años ya supuso, en su momento, una auténtica revolución. Las distintas tribus,
bandas y clanes anteriores se regían por relaciones de parentesco. Al confluir
entre sí y constituir las primeras sociedades políticas, estas se estructurarán
desde perspectivas muy distintas, jurídica y económica sobre todo, ámbitos en
continua interrelación. En El origen de la familia, la propiedad privada y
el Estado ([1884] 1971: 27-34), Friedrich Engels divide la evolución de las
sociedades humanas en tres etapas, antes referenciadas sin nombrarlas en
sentido progresivo:
1) Salvajismo: las
sociedades humanas eran, eminentemente, cazadoras-recolectoras. Corresponde a
la etapa prehistórica que conocemos como Paleolítico. Se extiende desde hace
aproximadamente unos 3 millones de años hasta hace 12.000, y es, por ahora, el
periodo más largo de existencia del homo sapiens sapiens. En ésta época las
filiaciones entre humanos eran a través de familias (grupos humanos con
filiación sanguínea y con hijos mutuos), bandas y tribus.
2) Barbarie: las
sociedades humanas se vuelven sedentarias debido a la aplicación técnica de la
agricultura, la ganadería y la pesca. Corresponde a la etapa prehistórica que
conocemos como Neolítico. Abarca el periodo de tiempo que se data entre hace
12.000 años y hace 5000, hasta el nacimiento de la escritura. En esta etapa se
desarrolla lo que podría denominarse como proto-propiedad antropológica,
no una propiedad privada en sentido estricto, pero sí asegurada por relaciones
de parentesco.
3) Civilización: Periodo
que se inicia hace 5000 años y que dura hasta hoy. Su factor determinante es el
surgimiento del Estado como superación de la barbarie. Con el Estado surge la
propiedad privada propiamente dicha, las relaciones de producción, las Leyes,
la técnica-manufactura, entre otras instituciones.
Hay que indicar que Engels basó
su obra en las teorías antropológicas del estadounidense Lewis Henry Morgan,
uno de los padres de la antropología contemporánea. Sin embargo, la
antropología actual ha reformulado muchas de las ideas de Morgan, sobre todo
respecto del origen del Estado, en tanto que con él nace la propiedad privada y
no al revés, como Morgan pensaba. Las obras de Morgan que más influyeron en
Engels fueron Sistemas de consanguinidad y afinidad de la familia humana
(1864) y La sociedad primitiva (1881). Palabras como salvajismo y
barbarie no tienen connotaciones peyorativas ni en Morgan ni en Engels.
Y civilización no tiene, per se, una connotación positiva, sino
descriptiva. El término civilización va asociado, indefectiblemente, al término
Estado, en sentido antropológico y político. El término civilización fue
acuñado en Francia por Anne-Robert-Jacques Turgot, economista y estadista de
París, fundador junto con François Quesnay de la escuela económica de los
fisiócratas. Aparece por primera vez en su obra Discurso sobre las ventajas
que el establecimiento del cristianismo ha procurado al género humano
(1750). Civilización es un término asociado a la ciudad, a la polis, y por
tanto al Estado, como ya dijimos. Y aunque en Turgot, Morgan y Engels tiene un
sentido progresivo positivo, teleológico, siendo prácticamente sinónimo también
de cultura, en otros autores, como Jean Jacques Rousseau o Paul Zerzan
puede tener una connotación negativa, como alejamiento de mundo idílico del
llamado "buen salvaje", idea asociada en ocasiones a la idea
de "comunismo primitivo" de Marx y Engels, aunque realmente no tengan
nada que ver. De hecho, la idea de "comunismo primitivo" está
asociada a los estudios del citado Morgan, y la antropología moderna ha
desechado esta idea en tanto en el Paleolítico no había ningún tipo de
organización social análoga a cualquiera de las dadas durante el periodo de
civilización, y los seres humanos del salvajismo no eran propietarios en
comunidad de la Tierra, no solo por no tener esa noción, sino porque la
hostilidad entre familias, clanes y tribus diferentes debida a la lucha por los
frutos de la recolección y los productos de la caza llegaba incluso a la
sucesión de matanzas colectivas. Restos óseos de grandes masacres se han
encontrado en Europa, Asia y Oceanía, datados del Auriñaciense (hace unos
38.000 años) y del Mesolítico, periodo de transición del Paleolítico al
Neolítico. Si tenemos más evidencias de masacres entre grupos humanos desde el
Neolítico es por la facilidad para el registro arqueológico y
paleoantropológico que supone el estudio de restos fósiles en sociedades
humanas ya sedentarizadas.
Lo que estaría claro, para
nosotros, es que el surgimiento del Estado supuso ya, respecto al periodo prehistórico
anterior, una auténtica revolución social sin precedentes. Desde una
perspectiva netamente científico-categorial propia de las ciencias sociales, el
Estado es ya un sujeto revolucionario per se en tanto revoluciona la
forma de vida humana en todos sus aspectos en el momento en que se conforma
como sociedad humana más compleja que las anteriores, pues las supera y las
llega a recubrir con sus acciones (de ahí que todavía bandas, clanes y tribus
indígenas tengan que ser protegidos por la acción político-jurídica estatal,
por ejemplo, en Kenia, Tanzania, Brasil, Costa Rica, Papua-Nueva Guinea, etc.;
o que el indígena sea, para el Estado, tan ciudadano y tan contribuyente como
los demás si es habitante de una nación política homologada en sentido contemporáneo).
Con el Estado aparece, además, una nueva forma de organización social humana
desconocida antes: las clases sociales. Para entender el papel del Estado y de
las clases sociales en la transformación social es necesario que ahora
definamos lo que entendemos por sujeto.
3. El sujeto.
Para entender el concepto de
sujeto político, también en el marxismo (que es, básicamente, sujeto
revolucionario), tenemos que presentar antes una idea ontológico-materialista
de sujeto.
En lógica, tal y como la hemos
definido más arriba, sujeto sería aquello de lo que se habla y a lo que se
afirma o niega y predicado. El sujeto de una proposición cualquiera (de todo
enunciado que puede ser verdadero o falso en tanto que tiene sentido propio, y
no es retórico) era, para Aristóteles, la sustancia. Los distintos predicados
que el sujeto-sustancia podría recibir serían los llamados accidentes. Si en
una proposición puede identificarse el sujeto, entonces estaremos afirmando la
esencia de la cosa enunciada. Quizás pueda parecer osado hablar de esencias
desde una perspectiva materialista, pero el materialismo puede definir esencia
no en sentido esencialista, sino como aquello que hace que algo sea lo que es
en sucesivos contextos espacio-temporales. Es decir, si la esencia de algo no
existe o deja de existir, ese algo deja de ser.
En gnoseología, como parte de la
filosofía referida tanto a un saber cierto o falso como a una realidad
efectiva, verdadera, construida operatoriamente, el sujeto estará en relación
con el ser dotado de inteligencia, sea humano o no, y voluntad. La realidad
efectiva construida por el sujeto gnoseológico no es meramente conocimiento o
sabiduría, aunque las implica, ni tampoco es una mera relación epistemológica
sujeto / objeto, ya que la relación epistemológica es puramente psicológica, y
también la incluye. Esa realidad efectiva implica una materia dada, una forma
dada, mediante operaciones objetivas, concretas e históricas a esa materia, y
un resultado determinado, que es la Verdad resultado de dichas operaciones. No
hay Verdad(es) Absoluta(s), pero sí hay verdades objetivas, concretas e
históricas, construidas por los sujetos e independientes, una vez conformadas,
de su voluntad, que se constituyen en identidades que muestran su verdad en su
recurrencia, su estabilidad y que a partir de ellas pueden conformarse
categorías diversas, efectivas, en diversas disciplinas del conocimiento, tanto
científicas como técnicas o tecnológicas. También políticas, en tanto que todas
ellas solo son posibles en la vida política. La verdad, en el sentido en que la
definimos, es imposible antes de la existencia del Estado, tal y como también
lo hemos definido. Dependiendo de si el sujeto conformador de las verdades está
segregado o no del campo donde las conforma, las verdades serán de un tipo u
otro.
El sujeto, en este sentido,
conforma el mundo, lo comprende, lo aprehende y lo transforma. Junta y separa
cuerpos, produce y destruye términos corpóreos, y por medio de relaciones y
operaciones de los mismos construye el conocimiento. Todos los seres vivos
dotados de sistema nervioso son sujetos operatorios. Y los humanos son el único
capaz, con sus operaciones, de (re-de)construir el mundo-entorno que le rodea.
La producción de la Verdad es la Verdad de la producción, lo que equivale a
decir que el trabajo humano, racionalizado e institucionalizado en la vida
política es lo que permite (re-de)construir tanto esta como la vida prepolítica
(salvajismo y barbarie), tanto la naturaleza como la cultura. Los
sujetos enclasados por el Estado son corpóreos, y mediante el trabajo
racionalizado e institucionalizado realizan operaciones manuales de aproximar y
separar cuerpos. La producción de la realidad tiene algo de quirúrgico. Por
ello tienen un papel fundamental en tanto constituyen el fundamento de la
prioridad gnoseológica de lo corpóreo, deduciendo lo material a partir de lo
material. El sujeto desarrolla su actividad entre cuerpos, y es a partir del
sujeto como se actúa ante otros cuerpos. Todo conocimiento de lo real tiene su origen
en las operaciones manuales y/o en el aparato fonador. El conocimiento,
comprensión y transformación de la realidad solo puede partir de sujetos
corpóreos con sistema nervioso, los cuales no son meras "mentes
puras", como piensa el idealismo filosófico. Y al neutralizar o segregar
las operaciones manuales que dan lugar a verdades se llega a una confluencia de
cursos operatorios en la construcción de las verdades producidas por los
hombres. La preservación de la integridad física y psicológica de los sujetos
que transforman el Mundo, siempre que no pongan en peligro la integridad de
otros ni el proceso de transformación, sería el principal principio ético
revolucionario.
Las clases sociales serían
conjuntos de sujetos relacionados entre sí a partir de conexiones comunes
respecto de la realidad política, económica y antropológica en que desarrollan
sus actividades, que se diferencian de otras clases respecto del tipo de
relaciones conectivas que tienen en la vida política. Las clases sociales se
conforman en la vida política en torno tanto a las capas y ramas del poder
político como a las distintas ramas de las relaciones de producción, habiendo
una doble relación política: jurídico-administrativa y económico-política,
siempre en relación a la propiedad sobre los medios de producción y a la
producción, distribución, intercambio, cambio y consumo del valor producido en
la sociedad. Cómo se configuran operatoriamente, institucionalmente, las clases
de valores y bienes determina (y también a la inversa) las clases sociales de
una sociedad política. Y en este sentido, las clases sociales serían conjuntos
de sujetos políticos que, agrupados, darían lugar a una especie de "sujeto
de sujetos" que actúa políticamente en dialéctica con otras clases, en un
sentido siempre interno a la sociedad política en la que viven. En determinadas
ocasiones, este "sujeto de sujetos" que son las clases sociales
pueden actuar revolucionariamente, transformando la sociedad. Las clases
sociales pueden surgir a partir de otras clases anteriores, o bien puede haber
clases que se transformen para asegurar su propia recurrencia histórica.
¿Y el Estado? El Estado, respecto
a estos "sujetos de sujetos", respecto a las clases sociales, también
actúa como "sujeto de sujetos". Y si ya suponía ser un sujeto
revolucionario el Estado respecto de la vida humana prepolítica, pues el Estado
es revolucionario en tanto con él se produce el paso de la vida humana
prepolítica a la vida política, será revolucionario respecto de la vida
política en tanto la lucha de clases interna a él permita a una clase social,
en la fase revolucionaria de esta dialéctica, tomar el poder, y transformar
tanto las relaciones internas del poder político como las económicas. El Estado
no es nunca un "ente neutral", no es un teorema científico. Es un
conjunto complejo de instituciones cuya acción está siempre orientada
dependiendo de factores internos y externos a él, aún cuando tenga una
circularidad esencial propia que se da previa neutralización o segregación de
las operaciones que conforman el Estado y sus instituciones. Ahora bien, si la
clase que toma el poder del Estado es revolucionaria, ¿acaso el Estado no lo
será también? Si, como ocurrió en su aparición respecto a la vida humana
prepolítica, la revolución fue seminal y epocal, ¿no lo sería también avanzada
ya la vida política? De hecho, así ha sido.
4. La revolución.
¿Qué es una revolución en sentido
político? Es una transformación radical de las capas y ramas del poder político
y de las ramas de las relaciones de producción, imponiendo una transformación
radical, también, de los medios de producción dando lugar a modos de producción
nuevos, y en relación al poder político a nuevos sistemas políticos, dando
lugar, en última instancia, a cambios culturales, aunque estos sean más
imprecisos en su significado.
En su obra de 1991, Primer
ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', el filósofo
español Gustavo Bueno afirma que los poderes del Estado no se ceñirían solo a
los que distinguió Montesquieu en El espíritu de las leyes ([1747]
2014). Como se sabe, Montesquieu distinguía tres poderes que, a su juicio,
debían estar separados para poder funcionar bien y dar un óptimo funcionamiento
al Estado. Estos eran los poderes ejecutivo (la jefatura del Estado y del
Gobierno, así como los ministros y la policía), legislativo (la cámara de
representantes, diputados, procuradores o comunes) y judicial (los tribunales
supremo, constitucional y todos los demás cuerpos jurídicos del Estado). Bueno
no niega la existencia de estos poderes, pero sí afirma que, por ejemplo, las
sentencias del poder judicial no servirían de nada si no las aplicase el poder
ejecutivo, sobre todo mediante la policía. Y además, afirma que estos poderes
pertenecen única y exclusivamente a la capa conjuntiva del poder político,
habiendo más capas y más poderes. Existirían también, a su juicio, dos capas
más. La segunda capa sería la basal, donde estarían los poderes relativos al
campo económico y donde se entretejería el poder político con las ramas de las
relaciones de producción. Los tres poderes de la capa basal, o base, serían el
poder gestor (de administración del valor producido en la sociedad), el poder
planificador (que establece los planes y programas económicos) y el poder
redistribuidor (encargado de la tributación, los impuestos). La tercera capa
sería la cortical, la corteza exterior de la sociedad política, donde
encontraríamos tres poderes más: el militar (encargado de la guerra), el
federativo (encargado de la asociación o no con los Estados vecinos) y el
diplomático (encargado de las relaciones internacionales). Todos estos poderes,
en total nueve, estarían también en relación dialéctica con 9 poderes más. Los
nueve referidos antes serían poderes cuyos vectores serían descendentes hacia
la sociedad política, mientras que habría nueve poderes más cuyos vectores
serían ascendentes hacia la sociedad política, que adoptarían posición de
afirmación o negación respecto a lo dispensado por los nueve poderes de los
vectores descendentes. Los poderes ascendentes conformarían entre todos algo
así como una especie de "poder popular", cuya relación con los
vectores descendentes condiciona que una sociedad política sea estable y
recurrente en el tiempo. Las capas del poder están, además, entrecruzadas con
las ramas del poder, que serían tres: a) la rama operativa (que opera con los
términos, sujetos y cosas, de la sociedad política), donde estarían los poderes
ejecutivo, gestor y militar); b) la rama estructurativa (que estructura los
contenidos manejados por cada capa del poder), donde estarían los poderes
legislativo, planificador y federativo); y c) la rama determinativa (que
determina y define las operaciones y estructuraciones a que se someten los
términos de la sociedad política, y a los términos mismos en torno a esas
operaciones y estructuraciones), donde estarían los poderes judicial,
redistribuidor y diplomático.
Por su parte, Marx, en el tomo I
de sus Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política,
más conocido por su nombre alemán, Grundrisse ([1854-55] 2009),
distingue cuatro ramas en las relaciones de producción: 1) producción (la
producción de valor de uso y valor en sí, es decir, coste de producción y
precio de producción); 2) distribución (la distribución de los valores producidos);
3) intercambio (el intercambio a escala nacional e internacional de los valores
producidos); y 5) el consumo (el consumo final de los valores por parte de los
consumidores a través de los precios comerciales). Hemos enumerado la última
como 5) y no como 4), porque nosotros consideramos que hay una rama de las
relaciones de producción, que mediaría entre el intercambio y el consumo, y que
tiene que ver con el intercambio de valores líquidos, por lo que nuestra rama
4), coherente con la exposición de Marx, sería el cambio. Una rama
eminentemente financiera, pero que no puede separarse de, y debe entenderse
desde, la teoría del valor-trabajo.
Repetimos que estas ramas de las
relaciones de producción y su entretejimiento con las capas y ramas del poder
político arriba referidas, en sentido político e histórico, es lo que
determina, entre otras cosas, que sistema político y económico rige en cada
época histórica, o lo que es lo mismo, qué modo de producción es el imperante
históricamente. Esto, a su vez, tiene otras determinaciones, como pueda ser el
nivel técnico, tecnológico y científico alcanzado por una sociedad política y
la dialéctica de clases y de Estados que el momento histórico vive. En el
momento en que nace el Estado como sociedad humana que supera, por capacidad de
recubrimiento, a todas las demás anteriores hace 5000 años, se produce la
primera gran revolución histórica, pues nace la vida política, partiendo de una
vida prepolítica, etnológica sí se quiere, que recorre millones de años desde
la aparición de nuestra especie. La vida política que nace con el Estado es lo
que ha permitido la totalización del Mundo (del Universo) por parte de los
hombres. Y la revolución política, también a la que aspira el comunismo, no
equivale a la destrucción de la vida política, cosa solo posible mediante hoy
por hoy, la destrucción de la especie humana. La revolución comunista es una
revolución política, que aspira, ante todo, a la transformación radical del
modo de producción, el sistema económico-político, en que se entretejen todas
las capas y ramas del poder político, de todos los poderes políticos, y las
diferentes ramas de las relaciones de producción, llevando consigo una
transformación asímismo de los medios técnicos, tecnológicos y científicos de producción
de la riqueza social y de la sociedad misma, y en última instancia una
transformación del hombre mismo como vector de dicha transformación, tanto a
nivel social, de clases sociales, como individual.
Existen formas también radicales
de transformación social de este tipo no comunista (una secesión, una invasión,
un golpe de Estado, una revolución de signo contrario a la comunista, una
contrarrevolución, una guerra, etc.), que también conllevarían un cambio en
todos estos poderes. Pero a diferencia de la revolución comunista, que pretende
una transformación radical a escala epocal y trascendental, universal, el resto
o están condicionadas por su particularismo, o por otras limitaciones
(utopismo, intento de vuelta al pasado, etc.).
5. Conclusión: El Estado como
sujeto revolucionario.
Cuando el comunismo hace del
Estado un sujeto revolucionario no pretende, como pretendían los
socialdemócratas decimonónicos del estilo de Ferdinand Lasalle, poner al Estado
burgués "al servicio de la clase obrera". Pretende algo más profundo
y trascendental.
En La ideología alemana
([1845] 2015), Marx y Engels afirman: "Para nosotros , el comunismo no es
un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetare
la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y
supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se
desprenden de la premisa actualmente existente" (p. 29). ¿Cuáles esas
condiciones para el movimiento comunista aquí y ahora? Veamos.
La idea de Humanidad como una
totalidad requiere hacer una distinción sobre qué tipo de totalidad estamos
refiriendo. Una totalidad es una síntesis de unidad y pluralidad, una cantidad
y una categoría. En una totalidad, sea que el tipo que sea, se dan relaciones
dialécticas entre sus partes, de interrelación mutua pero no relacionadas todas
con todas. Cada objeto o sujeto existentes son una totalidad, inseparables de
una materia y una forma que sin una de ellas desaparecería. Unas partes de la
totalidad están más entretejidas dialécticamente entre sí que otras, pues en
las totalidades no todo está relacionado con todo. Ahora bien, ¿qué tipo de
relaciones se dan en la totalidad que conocemos como Humanidad? Definir estas
relaciones dependerá del tipo de totalidad que la Humanidad sea. Habría
totalidades atributivas, en las que las partes no son disociables del todo,
siendo partes materiales, atómicas por analogía. También habría totalidades
distributivas, en las que las partes pueden constituir un todo entre sí, siendo
estas partes formales, que dan forma a ese todo. Y también habría totalidades
mixtas, en las que las partes formales de la totalidad y las materiales se
interconectaran (unas más que otras, ciertamente), en distintos contextos y en
estados dialécticos de reposo y movimiento. La Humanidad sería una totalidad
mixta. No sería una totalidad atributiva porque está dividida en sociedades
políticas (Estados), en clases sociales dentro de los Estados, en credos
religiosos, en construcciones de género, en ideologías y partidos, etc. Pero
todas estas partes, siendo las más determinantes los Estados y las clases,
estarían en interrelación dialéctica entre sí desde el comienzo del Estado como
sujeto político, y eso ha permitido que determinadas partes formales de la
Humanidad (otros pueblos, por ejemplo) hayan podido absorber elementos de otras
culturas, bien por asimilación, por intercambio comercial o por vía del
imperialismo. Procesos de interrelación solo posibles entre seres racionales
del mismo nivel. No sería posible esta interrelación entre sociedades humanas y
sociedades de insectos, aunque se den otro tipo de interrelaciones a otros
niveles. Toda totalidad es corpórea, puede ser conformada operatoriamente, aún
a través de siglos y milenios de evolución, y también recomponerse y transformarse.
Aunque siempre será una multiplicidad limitada, y delimitada, entre otras
multiplicidades que constituyen su fondo. Lo que no tiene límites no es una
totalidad. Una totalidad, un todo, es una unidad que puede transformarse, aún
manteniendo su identidad mediante la variación de otras totalidades que la
rodean. Todo sujeto es un todo, y se transforma a sí mismo orgánicamente cuando
muere. Pero hay otros casos de transformación que no implican la muerte, y
también hay transformaciones sociopolíticas a escala de Estados y más allá.
La idea de Humanidad como
totalidad distributiva que adquiere atributividad mediante conexiones entre sus
partes formales, sobre todo Estados y clases sociales, permite entender cómo el
entretejimiento de la Humanidad entre sí se debe a la cada vez mayor
complejidad que adquiere el motor de la Historia que supone la lucha de clases,
lucha que también se da a través de Estados y, a cierta escala, de Imperio e
Imperio Universales, siendo estos últimos los que tienen capacidad de acción a
una escala geopolítica mayor. Ningún Estado es neutral, tiene sus planes y
programas propios, porque las clases dominantes que en ellos mandan no son
neutrales. Ni siquiera el cuerpo de funcionarios, interpretado por Hegel como
la verdadera clase universal, es neutral según estos preceptos. Así
pues, la lucha de clases como motor de la Historia de todas las sociedades
políticas que han existido equivale a decir que lucha de clases equivale
también a lucha entre Estados. Lucha que puede ser pacífica, y puede haber
momentos de cooperación, como entre las clases, o también intensa, llegando el
caso de la guerra entre Estados. Los Estados no son meras superestructuras que,
al cambiar la base, se derrumban. En todo caso, puede derrumbarse un tipo específico
de Estado, pero no la sociedad política con instituciones propias, población,
territorio y leyes, la forma de sociedad humana superadora del salvajismo
y la barbarie que surgió hace ya 5000 años.
Este proceso de dialéctica de
clases y de Estados no es lineal ni teleológico, es decir, no hay un fin de la
Historia determinado, progresivo, que pueda conocerse de antemano. El
socialismo y el comunismo no vendrán determinados por una dialéctica de clases
y de Estado que, sí o sí, nos llevarían a él. El socialismo y el comunismo, en
este contexto histórico, es finalístico. Es decir, o nos organizamos para
ayudar a que devenga, o no devendrá nunca. La versión
teleologicista-economicista del marxismo vulgar sobre la Historia debe ser
desechada. Lo que debe quedar claro es que no hay una disyuntiva entre lucha de
clases, y subordinada a ella la de los Estados, y la lucha de Estados, y
subordinada a ella la de clases. Lo que hay, lo que es la lucha de clases, es
una codeterminación de ambos momentos (la dialéctica de clases y la dialéctica
de Estados) en una dialéctica única. Y tener esto claro permite, desde la
perspectiva materialista, marxista-leninista, comunista, tener claro el papel
del Estado como sujeto revolucionario, acompañado de la clase obrera como
sujeto también revolucionario. La clase obrera es sujeto revolucionario en la
fase de la lucha de clases caracterizada por la dialéctica de clases interna a
todo Estado. Una vez tomado el poder, el Estado será sujeto revolucionario en
la fase de la lucha de clases en que el nuevo poder político transforme la
relaciones internas sociales, económicas, culturales y políticas del Estado
(sus capas y ramas del poder político y las ramas de las relaciones de
producción), proyectando esa transformación, en la medida de sus posibilidades,
a otras clases y otros Estados. Es decir, el Estado como sujeto revolucionario
es la fase de la lucha de clases en que se trata de universalizar la revolución
comunista.
Cierto es que las clases y los
Estados pueden ser sujetos revolucionarios de revoluciones no comunistas, e
incluso anticomunistas. Pueden ser sujetos políticos de transformación política
en revoluciones fascistas, liberal-burguesas, religiosas, etc. Pero la
revolución comunista trata de ser la más trascendental, universal, de todas,
pues implica a todas las sociedades políticas, trata de apoyarse en las
ciencias y las tecnologías para realizarla y pretende, asímismo, derribar los
mitos oscuros que mantienen a ciertos grupos humanos en estados de salvajismo
o barbarie actuales, en situación de opresión, de explotación y de
oscurantismo esotérico. Para ello, la revolución comunista solo puede tener
escala trascendental universal si se da en sociedades políticas lo más grandes
posibles, en Estados de una gran extensión territorial, con gran población y
gran número de recursos naturales. O, a lo sumo, en Estados estratégicamente
situados en una región del Planeta con bastante interconexión entre sí para
influir en dicha región de manera definitiva. ¿Qué regiones podrían ser
susceptibles de una revolución trascendental comunista? Hay tres Estados que
cumplirían hoy día estos requisitos: Rusia, China y los Estados Unidos de
Norteamérica. En Europa, quizás, sea inviable un movimiento de esas magnitudes
en tanto que la experiencia histórica de los siglos XIX y XX ha visto cómo esas
revoluciones no han acabado extendiéndose en el continente, si bien han sido
contestadas. Lo mismo ocurre en regiones más homogéneas culturalmente que
Europa, como pueda ser el Magre y Oriente Medio o Iberoamérica. En estas dos
últimas se han dado revoluciones de signo comunista (Yemen del Sur, Afganistán,
etc., en el primer caso; Cuba en el segundo), pero al ser regiones partidas en
Estados no han podido trascender, por esta dialéctica histórica antes referida,
sus límites nacionales, además de haberse dado en países no centrales, a nivel
geopolítico, de sus diversas plataformas. No obstante, a través de movimientos
como el panarabismo o el panislamismo en el primer caso, o el
pan-latinoamericanismo y el pan-iberoamericanismo en el segundo, ideas
comunistas o neocomunistas de transformación política radical podrían
extenderse y cuajar.
El Estado y la clase obrera como
sujetos revolucionarios sugieren, a nuestro juicio, que cabe hoy día la
posibilidad elegir plataformas nacionales políticas realmente existentes para
actuar a escala nacional e internacional para dicha transformación. Y que
incluso la clases trabajadoras han de convertir el Estado en sujeto
revolucionario para, dentro de una plataforma internacional (no meramente
nacional, ni tampoco meramente nacionalista) donde dicho Estado esté injertado,
no solo para no permitir ser engullidos por el imperialismo depredador
capitalista, ni su clase ni su Estado. Sino, incluso, para desde esas plataformas,
actuar contra las clases y los Estados capitalistas realmente existentes y
actuar, políticamente, a escala universal, esto es, trascendental. El futuro no
está escrito y nadie conoce la ciencia media del porvenir. Ahora bien, el mundo
sigue girando y la Historia no ha muerto. Y el inmenso torbellino rojo
de los siglos XIX y XX, en este siglo XXI y los venideros, puede regresar
readaptado a nuestra realidad actual, recuperando lo que funcionó antes y
reformando lo que no. Y si algo funcionó en la lucha de clases del siglo XX, en
favor de los trabajadores, fue que el Estado, en el sentido en que nosotros lo
decimos, fue sujeto revolucionario.
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