Artículo publicado en Izquierda Hispánica el 14 de noviembre de 2011: http://izquierdahispanica.org/2011/gustavo-bueno-vs-martin-heide...
Artículo publicado en Izquierda Hispánica el 14 de noviembre de 2011:
Probablemente, los dos filósofos más importantes del siglo XX sean Martín Heidegger y Gustavo Bueno. Puede que a algunos parezca fuerte esta afirmación, pero son los dos filósofos que, en el siglo XX, han desarrollado un sistema coherente y potente: Heidegger la hermenéutica existencial, Bueno el materialismo filosófico. Bueno tiene una ventaja sobre Heidegger, y es que su sistema sigue desarrollándose hoy día en el siglo XXI, porque Gustavo Bueno sigue vivo. Pero se trata de dos filósofos, y de dos sistemas filosóficos, opuestos entre sí.
Me atrevería a decir que una de las tareas perentorias de los materialistas del siglo XXI es enfrentarnos directamente con nuestro arsenal filosófico a la hermenéutica heideggeriana, sin concesiones y con vehemencia, de la misma manera que Bueno lo ha hecho con otros filósofos influyentes como Kant. Y es necesario hacerlo porque la influencia de Heidegger en el presente es enorme. E insisto, es problemático que un filósofo que militó en el NSDAP, y que fue un nazi consumado, confeso y radical, tenga tantísima influencia entre “pensadores” de “izquierdas”.
Gracias a una buena estrategia de penetración y de márketin, Heidegger se coló en las “izquierdas”, a través de Sartre, Derridá y su “deconstrucción” o incluso Foucault. Y hasta hoy, mucha gente que se dice de “izquierdas” sigue más a Heidegger que, por ejemplo, a Marx. O tratan de compatibilizarlos sin ninguna vergüenza, mostrando su nacionalbolchevismo abiertamente. Por ello, el materialismo filosófico debe triturar, porque puede, a la hermenéutica heideggeriana.
Es más, me atrevería a decir que, una vez derribado el Antiguo Régimen, y teniendo en cuenta que el nacionalsocialismo fue una forma de derecha política que no estaba alineada con las instituciones tradicionales del Antiguo Régimen (Trono y Altar), que todo lo que esté tocado por Heidegger y sus ideas (el Ser, el Ente, &c.), es derecha. Y todo lo que esté tocado por el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, es izquierda. Y esto es grave, cuando muchos indigenistas, ecologistas, anarquistas, proetarras, feministas, y otros grupos, reclaman orgullosos el legado de Heidegger, llamándose de “izquierdas” para no reconocer abiertamente que son unos neonazis sui géneris, muy lejos del estereotipo del skinhead marrullero de muchas ciudades occidentales. Heidegger ha influido en estos grupos, además del fundamentalismo islámico, de cierto neo-peronismo, de diversos nacionalismos que en vez de exaltar la raza la sustituyen por la lengua (para Heidegger, “el lenguaje es el vehículo del ser”), en grupos neo-paganos, &c.
La influencia de Gustavo Bueno está en desarrollo, y es necesario aumentarla. Pues asumir el materialismo filosófico es un acicate para la construcción de proyectos políticos serios de izquierda política definida muy alejados del batiburrillo seminazi teñido de “izquierdismo” que los “heideggerianos de izquierda” propugnan. La lucha materialismo filosófico / hermenéutica existencial puede ser la gran lucha filosófica del siglo XXI. Y es necesario asumirla, pues la lucha contra todo lo que represente nacionalsocialismo, fascismo y racismo, conlleva no solo una lucha mundana (necesaria), sino también académica, teniendo siempre en cuenta la retroacción entre ambas luchas. La lucha materialista contra la herencia y el sistema de Martín Heidegger ha de ser heredera de la lucha del marxismo-leninismo contra las ideologías académicas racistas e imperialistas depredadoras, y no puede ser de otra manera, pues esas ideas heideggerianas están hoy asumidas por sujetos que no se atreven a reconocer como nazis.
Esto conlleva también la contraposición de la idea de patria del materialismo filosófico frente a la idea de “patria” de Heidegger, contraposición heredera en buena medida de la lucha decimonónica entre nacionalismo cívico-político (de origen jacobino, heredada por los liberales iberoamericanos) y nacionalismo romántico-cultural (de origen alemán). Es la contraposición de la idea de patria como territorio apropiado por el Estado en el que trabajan y crean riqueza los sujetos que en él vive (la patria, para el materialismo filosófico, seguiría esta ecuación: territorio-trabajo-vida-Estado), trabajo que, a nivel ascendente, permite al Estado, poder descendente, acumular la riqueza creada para mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos. Una idea de patria antirracista, antiheideggeriana, pues todos los sujetos tienen capacidad para conocer las verdades que en el Mundo existen, sin importar su raza, su sexo, su edad o su origen. Esta idea se contrapone a la idea de “patria” de Heidegger, la cual prescinde del Estado, trata de prescindir del progreso histórico que esa relación trabajo-territorio-riqueza-Estado supone a nivel político, científico y tecnológico. La idea de Heidegger se resume en que el Ser, esto es, el Mundo que comprehende y se comprehende a sí mismo a través del lenguaje, tiene una pureza corrompida por capas de progreso tecnológico, científico y político, ligada a la relación entre la sangre (plasmada en la cotidianeidad del Ser) y el suelo (el lugar donde esa cotidianeidad pura se desarrolla, de donde brota y donde se mantiene). Sangre y Suelo (el “Blut Und Boden” de los nazis), máxima que gusta a muchos “izquierdistas” defensores del relativismo cultural, el cual no es otra cosa que racialismo neonazi heideggeriano, que encandila tanto a los indigenistas como a la ETA o al nacionalismo étnico catalanista, además de al fundamentalismo islámico y, por supuesto, todo neofascismo contemporáneo.
Estas dos ideas de patria con incompatibles, y su choque siempre será violento. Pues mientras la primera idea de patria, la del materialismo filosófico, es progresista en sentido ontológico y gnoseológico, en este mismo sentido es reaccionaria la idea de “patria” de Heidegger. Y esto tiene sus connotaciones políticas innegables. Así pues, en este siglo XXI, estar del lado del materialismo filosófico supone estar del lado del progreso real, de la revolución políticamente definida y del patriotismo universalista sano. Estar del lado de la hermenéutica existencial de Heidegger supone estar de lado del último representante de altura de la vida anterior al progreso real, supone estar de lado de la contrarrevolución, del irracionalismo, del oscurantismo y de la barbarie. Ninguno de los velos que los heideggerianos se pongan (izquierdistas y democráticos) nos han de distraer de lo que realmente son. Bueno o Heidegger. No hay hoy día otra elección. Izquierda Hispánica ya ha elegido. Invitamos a todos a seguir nuestros pasos.
Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo.
P.S. Gustavo Bueno, sobre Heidegger:
No hay una Ontología que pueda estimarse como verdadera de modo inmediato, es decir, prescindiendo de la consideración dialéctica de sus alternativas más profundas. Si la Ontología de Heidegger, sin perjuicio de su consustancialidad originaria con el nazismo, constituye una de esas alternativas, ya no será posible condenarla sin más, como se condena a los nazis. Habrá que analizarla y discutirla. Y, al analizarla, descubriremos acaso que la «alternativa heideggeriana» puede ser entendida también, cambiando, dentro de ciertos límites, sus originarias referencias nazis y que, por tanto, esa alternativa no es de todo punto insólita, pues ella se re-produce funcionalmente, con parámetros diversos a los germánicos, una y otra vez. Por ejemplo, y para atenernos, por brevedad, a la cuestión de la conexión del Pensar con el Lenguaje, diríamos que la importancia de la posición heideggeriana reside en que, bajo la forma de una afirmación dogmática muy concreta (el privilegio de la lengua alemana) aquella posición está planteando la cuestión de referencia no ya en el terreno genérico, cuasi-psicológico –«¿es posible pensar al margen del lenguaje, en general?»– sino en un terreno más positivo, histórico: «¿Son equivalentes todos los lenguajes, históricamente dados (entre ellos, pero solamente como uno de ellos, el alemán y todo lo que él implica), en relación con el pensar, o hay que reconocer diferencias significativas?» Quién discute a Heidegger sus posiciones dogmáticas (respecto del privilegio del alemán, como lenguaje filosófico por excelencia), acaso es porque presupone, con Voltaire, por ejemplo, que el alemán es un idioma bárbaro, pero no porque niega que haya algún idioma o grupos de idiomas –acaso los idiomas románicos– más aptos que otros para el pensar filosófico. Y esto equivale a cuestionar si tiene sentido hablar de un «pensar humano» universal, racional, común a todos los hombres cualquiera que sea el lenguaje en que se expresen o si, más bien, el pensamiento filosófico debe considerarse ligado a unas determinadas culturas –que habrá que precisar– y que la universalidad y racionalidad que el pensamiento pueda alcanzar no habrá de estar ligada a la universalidad y racionalidad que pueda alcanzar la cultura de referencia.