El hombre de la foto es el ucraniano Victor Syvatski. Este hombre fue, reconocido por Inna Sevchenko (una de las actuales líderes de ...
El hombre de la foto es el ucraniano Victor Syvatski. Este hombre fue, reconocido por Inna Sevchenko (una de las actuales líderes de FEMEN, el grupo feminista activista ucraniano, ya internacional, que se dedica a desnudarse y mostrar cuerpos femeninos la mayoría de las veces muy bonitos utilizando el cuerpo humano como herramienta de lucha política, como fin y principio de todo activismo), como el hombre que una vez lideró a las feministas biopolíticas de FEMEN. Hace poco en la pasada Mostra de cine de Venecia (Italia), algunas militantes de FEMEN presentaron la película documental sobre dicho grupo "Ucrania no es un burdel", de la directora australiana Kitty Green, la cual desató la polémica al decir que el verdadero líder y padre de la criatura, de FEMEN, era un hombre, Victor Syvatski. En The Guardian, Sevchenko defendía su institución así:
Es decir, si Victor Syvatski creó FEMEN, seleccionando él personalmente a las chicas, cogiendo a las, según palabras del propio Syvatski, más "sumisas, faltas de carácter, carentes de puntualidad", en definitiva, "débiles", lo que Green pudo presenciar mientras realizaba el documental es que Syvatski, mediante un coaching muy particular (así se las gasta el CEO de FEMEN), escogía y entrenaba a las militantes: insultos, vejaciones, generación en las chicas del llamado "síndrome de Estocolmo", y todo con un doble fin: convertir a FEMEN en una empresa transnacional (una "institución histórica caliente de ritmo ampliado", en fórmula de Gustavo Bueno) que vende imagen, una bonita imagen, y que le sirve además al propio Syvatski de excusa para poder copular, como efectivamente ha ocurrido en FEMEN, pues no en vano Syvatski escoge a las chicas a dedo. Que Sevchenko se excuse en el concepto oscuro y confuso, desde un punto de vista politológico, sociológico y antropológico como "patriarcado" (no digamos "heteropatriarcado") para salvar una empresa ya calificada internacionalmente como fake, no dice mucho en favor ni de Syvatski y sus chicas en general, ni por supuesto del movimiento feminista en general con vertientes más serias, de mayor tradición política e institucional y no biopolíticos.
FEMEN y Syvatski, además, junto con la persecución legal y alegal en Rusia al feminismo biopolítico de ellas y de las Pussy Riot (un grupo en una tradición más anarco-situacionista, corriente de moda entre las izquierdas indefinidas y las populistas defensoras de la "desobediencia civil", el "cambiar el Mundo sin tomar el poder" de John Holloway y el democratismo participativo de corte Seattle-Caracas) y de los colectivos politizados de homosexuales, han sufrido en sus carnes la dialéctica de Estados más de andar por casa. Durante la visita de Vladimir Putin a Ucrania el pasado julio, Syvatski sufrió una paliza de órdago que le dejó la cara así:
Y obviamente FEMEN salió en defensa de su mentor, su CEO, su gurú y su macho alfa. No queremos con ello defender la homofobia reinante en Rusia amparada en las leyes rusas contra el "homosexualismo", ni tampoco queremos decir que detrás de las ideas irracionales de FEMEN no haya una parte de verdad (toda idea delirante parte de una dialéctica entre instituciones racionales dada en el espacio antropológico: por ello FEMEN tiene la valentía -o temeridad, según los resultados- de aparecer como aparecen tanto en una mostra de cine italiana como en una mezquita rusa o en plena "primavera árabe" tunecina). El problema, sin embargo, estriba en que detrás del feminismo biopolítico no solo hay un fundamento filosófico perverso, sino que suele estar casi siempre un hombre, el cual aparece ante las militantes como un procer de la causa antipatriarcal y un verdadero luchador por la igualdad plena (sin muchas veces establecer los parámetros de dicha igualdad) entre varones y hembras humanos. Otro ejemplo, esta vez hispano, de biopoliticismo machista aparentemente feminista, lo tuvimos cuando varias militantes feministas españolas relacionadas con la Universidad Complutense de Madrid y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología "tomaron" la capilla católica de la vecina Facultad de Psicología del Campus de Somosaguas para denunciar la presencia de la Iglesia Católica en las instituciones universitarias. Y la manera que eligieron para representar (situacionismo antipatriarcal, performatividad, visibilización... son conceptos sociopolíticos de moda en las universidades españolas que hay que tener en cuenta, siquiera para triturarlos) su disconformidad con la presencia institucional en la Universidad de la religión de los 1.200 millones de fieles mundiales, fue enseñar sus pechos, al estilo FEMEN, en plena capilla.
Las fotos de aquella épica gesta, tomadas por ellas mismas y por algún compañero varón antipatriarcal, se colgaron en Internet, junto con fotos de los mismos pechos de las interfectas. El efecto fue el contrario del que buscaron, especialmente para las más jóvenes de primer y segundo curso de carrera: mofa en Internet, puesta en ridículo de las chicas por sus pechos supuestamente feos, y escarnio académico que a algunas casi las cuesta la expulsión de la carrera. Y aquí, como en FEMEN, los instigadores (la Sevchenko hispana de turno les disculpará), los cuales en ningún momento fueron a la capilla a enseñar sus penes, también fueron hombres. E indirectamente (o de manera directa pero encubierta), uno de los efectos que se consiguen con estas manipulaciones de masas a esta escala de semi-secta, para utilizar biopolíticamente los cuerpos femeninos como principio y fin de toda lucha política, es el poder copular con ellas y tener un harén a disposición y disfrute de machos alfas rebeldes situacionistas y democratistas. El Syvatski hispano, Pablo Iglesias Turrión (con una página en Wikipedia que tiene más extensión -y una foto a lo modelo de pasarela- que la del fundador del PSOE con su mismo nombre) fue quien convenció a estas chicas para hacer el ridículo y sentirse utilizadas por el macho alfa (anti)español de moda. Y, según me han dicho y es algo que no puedo corroborar, también con efectos etológicos similares a los disfrutados por Syvatski.
Ya en su momento comentamos qué tenía de particular la visión política de Turrión sobre los cuerpos de los sujetos operatorios, algo que le convertía, a su pesar, en un cripto-neoliberal a la altura del también de moda Fernando Díaz Villanueva, solo que este lo sabe y está orgulloso (http://izquierdahispanica.org/2013/villanueva-turrion/):
Turrión (no le llamaremos Pablo Iglesias, pues el juego sustantivo entre su nombre y primer apellido con el fundador del PSOE le está reportando cierta mística en su quehacer cotidiano en los medios, cosa que a la larga podría perjudicarle) es negrista, esto es, seguidor de Toni Negri, como evidencia el texto fundamental de su praxis política, su tesis doctoral “Multitud y acción colectiva postnacional“, del año 2008, que trata sobre los movimientos antiglobalización españoles e italianos de la pasada década. Toni Negri empleó la idea de multitud para referirse a ella como el nuevo sujeto revolucionario, heredero supuestamente del proletariado o “clase obrera” (hay muchas clases sociales, tanto obreras como no obreras, e intersectadas incluso en un mismo sujeto), pero desde un punto de vista más que político, biopolítico. Para Negri y sus aliado ideológico Michael Hardt, también para Turrión, la biopolítica es la insurrección anticapitalista que hace del cuerpo humano el arma de lucha. Esta idea, aplicada a la idea de multitud negrista-turrionista, conduce a una sustantificación de la masa, de la muchedumbre, hacia una oclocracia supuestamente pacifista, pero en la que pueden entrar, como demandas políticas primeras, las demandas biopolíticas por encima de las meramente políticas. No extraña que muchos biopolíticos de la multitud acaben defendiendo, o justificando, el terrorismo suicida, lo telúrico del indigenismo (el “sangre y suelo” suramericano), el nacionalismo étnico-lingüístico catalán o vasco, o el feminismo biocorporeísta que haga del cuerpo de la mujer el arma de lucha. No en vano, Turrión fue el inspirador del célebre intento de toma de una capilla católica en plena Universidad Complutense de Madrid, toma en la que ningún varón se sacó el pito (tampoco él), y que tuvo como consecuencia lógica la vejación pública, a través de Internet, de las chicas que participaron en aquel absurdo asalto. Al ser “postnacional”, esto es, viendo al Estado como un mero instrumento superestructural que permita la liberación de la muchedumbre, al igual que el dominio como contrapoder (realmente, poder político oclocrático), el negrismo-turrionismo, como izquierdismo indefinido fundamentalista, por mucho que se trate de emparentar con el comunismo o la socialdemocracia marxista, tiene más en común con el socialismo etno-identitario en sus fundamentos más puramente anarquistas que con el marxismo-leninismo, no digamos ya el marxismo. Y no por un supuesto racismo en Turrión que negamos, pero sí en su biopoliticismo oclocrático (un dictadura de la muchedumbre que hace de cuestiones biológicas su principal arma política) de corte socialista que le lleva, al igual que a Villanueva pero desde preceptos ideológicos aparentemente distintos, a defender Estados pequeños étnicos como “Euskal Herría” o los “Països Catalans” antes que a la nación española o a cualquier otra nación canónica. Que Turrión sea partidario del metafísico “derecho de autodeterminación” en el sentido de que solo puedan votar en un plebiscito de esas características los españoles censados en municipios catalanes o vascos negándoles ese derecho al resto (esto es, negando la política en favor de la biopolítica), coloca a Turrión en la reacción, en una ultraderecha disuelta en ideas izquierdistas, enemiga de los trabajadores españoles y del racionalismo universalista socialista.
Cuando la sustantificación del cuerpo humano convierte a este en el objeto de oferta y de demanda de lucha política por delante de lo Político con mayúsculas, por delante de las instituciones que nos conforman como personas humanas, encontramos en el duo Syvatski-Turrión una inversión idealista y muy peligrosa del la fórmula acertada de Engels "El fuego hace al hombre". Para Syvatsky y FEMEN, y para Turrión y las tomadoras de capillas católicas, "el hombre hace el fuego", en este caso la mujer, siendo el fuego la desobediencia civil "pacífica". Syvatski y Turrión estiran y estiran la corporeidad humana hasta "sacar fuera" del espacio antropológico los cuerpos humanos, de las mujeres en este caso, hacia una irrealidad donde el cuerpo femenino bonito (o no) es el protagonista principal mediante su descualificación, mediante su conversión en cosa para disfrute tanto de los mentores machos alfa biopolíticos como para los más inteligentes de los "enemigos heteropatriarcales anti-biopolítica feminista". Creo que la mejor forma de acabar este artículo es con una cita del blog La rata del infierno más una foto que resume los resultados de esta lucha biopolítica situcacionista que no convierte a Ucrania ni a España en burdeles, pero sí en escaparates de un mercado pletórico de carne en alza (http://ratadelinfierno.blogspot.com.es/2013/07/ante-el-neoliberalismo-biopoliticas.html):
La identidad –buscada o rechazada– ha pasado a ser el centro de muchas luchas –de casi todas–. Y la identidad que está en el centro de toda biopolítica es una identidad basada en la piel, en la sangre, en el suelo, en el sexo, es decir, en el cuerpo biológico y sin forma. Y en esto confluyen las reivindicaciones por la autodeterminación de naciones étnicas, muchos de los feminismos, el movimiento pro-derechos LGBT, el indigenismo, los movimientos pro-aborto basados en un supuesto derecho a decidir sobre un cuerpo que se considera más una propiedad que una condición. También los movimientos pro-vida, cuyo nombre es más que explícito, y que sitúan en el cuerpo del feto una reivindicación. Como estamos viendo, unas luchas construyen identidades mientras que otras las destruyen, situando la identidad orgánica en el foco de su discurso. [...] El cuerpo, entendido como vida biológica, es el punto central de todo esto. Por un lado, son los cuerpos dóciles el locus en el que hace presa el biopoder a través de ese proceso dual consistente en la animalización de la política y la politización de la vida; por otro lado, tal y como vemos, es el punto de articulación sobre el que giran las reivindicaciones de las nuevas políticas de resistencia. [...] Este doble proceso, consistente en la animalización de la política y la politización de la vida, es tratado, como ya hicimos referencia, por Hannah Arendt, Michel Foucault y Giorgio Agamben. Este último considera que, frente a lo defendido por Arendt, Foucault y otros autores, es necesaria una revisión de la concepción que se ha tenido sobre el mundo clásico, sobre la política de Grecia y Roma, en una clave distinta. Si ellos sostienen que la Modernidad implica el advenimiento de la biopolítica, Agamben sostendrá que la biopolítica “constituye el núcleo originario –aunque oculto– del poder soberano”, diciendo con esto que “la biopolítica es, en este sentido, tan antigua al menos como la excepción soberana”, tan antigua como Grecia, fundamento arcano de la polis. [...] La solución a la dominación es, o parece ser, una desactivación de lo jurídico-estatal, de lo político, fundada en un “como si no” apolítico, ético y, sobre todo, estético. La propuesta que expone Agamben es una resistencia que clarísimamente no está orientada al acto –de ahí que nosotros nos planteemos seriamente la efectividad de esta propuesta– es una resistencia que, sin ser evitación, es escamoteo, es una fuga sin un dónde y sin un hacia que signifiquen protección, es simplemente un movimiento constante de fuga, movimiento perpetuo (¿Acompasando al constante y perpetuo movimiento del mercado?, ¿quizás el mercado no sería de lo que Agamben está hablando sin darse cuenta?) [...] Esta fuga, de tener significación sería, en cualquier caso, biopolítica, nunca política, pues ¿acaso hay polis en la potencia desenfrenada?, ¿acaso hay polis en la nuda vida? Nos cuesta pensar en la significación política en el marco de un no-Estado, bajo un no-derecho –hecho, dicho con otras palabras– y, sobre todo, desde una concepción de sujeto que, o bien actúa en un constante “como si no” o actúa como un animal. Es decir, una concepción de sujeto, que tras un proceso de desubjetivación-resubjetivación acaba reducido a una indefinición ontológica que comparte más de lo que parece con la concepción del sujeto neoliberal.
P.S.: En un artículo reciente en Rebelión.Org, Íñigo Errejón, cachorro y "tapado" de Turrión, citó a otro filósofo de moda en el populismo democratista, el brasileño Boaventura Da Sousa Santos, con su frase "El socialismo es democracia sin fin". O lo que es lo mismo: la revolución permanente troskista realizada desde un individualismo metodológico neoliberal entretejido con el negrismo de la multitud-masa amorfa al servicio, siempre, del mercado pletórico capitalista.